lunes, 14 de septiembre de 2009
El dilema de un occidental
Todos los días siento que me enfrento a un debate interno. Es un debate compartido entre todos los occidentales y se remonta a aquellos años del renacimiento en Italia. Exploremos superficialmente lo que queremos decir con "renacimiento".
Una civilización marcada y determinada moral, política y socialmente por la teología cristiana romana. La división del mundo entre el Reino de Dios y el Reino de los hombres. La repartición de la autoridad entre el Vicario de Cristo y el Sacro Emperador Romano. La división entre cristianos e infieles. En fin, un mundo cuya variable fundamental para su continuación lo era la idea teológica del mundo de acuerdo con las Sagradas Escrituras y el orden que de la interpretación de ellas se derivaba. Es un mundo que en sí mismo es bastante estable y consistente, por más brotes de herejías que se presentaron en toda la Edad Media. Dios representado en Cristo era la idea rectora.
Pasó algo en este mundo, algo violento y cataclísmico que lo derribó todo y lo hizo pedazos. Aquella lejana y nebulosa civilización, aquellos tiempos precristianos de paganismo, injusticia y pecado, aquél mundo que había quedado olvidado y enterrado en las profundidades de las bibliotecas de las abadías volvió a nacer: La Antigüedad. De allí el renacimiento. ¿Pero que fue el renacimiento si no la obsesión de un mundo agotado por el argumento teológico de encontrar en lo que había quedado en el olvido las bases para una nueva forma de admirar al ser humano? La Antigüedad, junto con todas sus injusticias, ya olvidadas por el pasar de los siglos, renacía como la imagen de unos tiempos que casi parecían de mentira por lo fantástico de sus acontecimientos. El gran hombre afectado por esta experiencia enceguecedora fue Nicolás Maquiavelo. En mi opinión, el primer hombre moderno. No sólo por el resultado de sus escritos, el producto del violento choque entre dos mundo enemigos, sino por la comprensión de que una síntesis entre la civilización greco-latina y el mundo judeo-cristiano era imposible, o al menos quimérico. El resultado: la Civilización Occidental moderna.
A diferencia de sus posteriores, Maquiavelo siempre estuvo al tanto de que el matrimonio entre antiguos y cristianos era una unión de dos seres que no se comprenden y que la mayor parte del tiempo se desprecian. Sin embargo eso somos nosotros. Vemos la historia de Occidente y lo que descubrimos es la alternancia entre el soberbio espíritu de los antiguos (Renacimiento, Ilustración, siglo XX) y el compasivo espíritu de los cristianos (siglo XVI, siglo XVII, edad Victoriana).
Esto lo comento porque todos los días debo lidear con la poderosa lucha entre nuestras dos civilizaciones madres. Somos el producto de un matrimonio divorciado. A veces comprendo, admito y me entrego a la verdad de Cristo y a la necesidad de una moral cristiana honesta; pero por otro lado me despierta ese llamado de los antiguos a las grandes obras, la espectacularidad de la acción humana, al hombre fuerte y orgulloso. Por un lado tenemos a Kant como defensor de una y a Nietzsche como defensor de la otra. ¿Dónde está Maquiavelo? No lo sé; no lo he descubierto todavía. Sin embargo debo admitir que es como él como yo me siento.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario