martes, 23 de febrero de 2010

Hesíodo y el thelos clásico de la monarquía


Desde sus épocas más arcaicas, la antigua cultura helénica ya disponía de magestuosos poetas como Homero, Hesíodo y Solón. Y es que, en las manifestaciones artísticas más fundamentales (por no decir fundacionales) se encuentran con toda claridad los principios y valores desde donde se construye todo el edificio de una civilización. Digo esto inspirado, en parte por mi reciente lectura de la Teogonía de Hesíodo, y por otro lado en la filosofía histórica del controversial Oswald Spengler, quien, contrario a toda la tradición moderna progresista, compara a las culturas con plantas que nacen, crecen, florecen y se marchitan, en vez de con el desplazamiento lineal hacia un mundo mejor. Comparto con ustedes un fragmento de la Teogonía que me hizo reflexionar de inmediato:

"Cuando las hijas del Gran Zeus (las musas) quieren honrar a alguno de los soberanos, alumnos de Zeus, en el cual han puestos los ojos desde que naciera, derraman en su lengua un dulce rocío y de allí en adelante las palabras fluyen de su boca como miel, y todo el pueblo lo contempla cuando falla con rectitud los litigios o hablando con decisión termina pronto y hábilmente grandes cuestiones. Pues los soberanos son prudentes a fin de que, pronunciando en el Agora suaves y persuasivas palabras, consigan con facilidad que se restituya aquello de que alguien haya sido despojado. Al encaminarse el rey a la junta del pueblo, todos lo veneran con dulce respeto, como a un Dios; y entre todos descuella cuando están reunidos. (...) existen en la tierra aedos y citaristas; pero los reyes proceden de Zeus." (Teogonía: línea 80: Hesíodo)
La fecha exacta de la vida de Hesíodo no se conoce con certeza, pero se especula que debió haber vivido alrededor del siglo VII a. C., lo cual lo hace contemporáneo con Solón de Atenas. Ahora bien, con este fragmento quiero comentar algo que me pareció impresionante. De una manera verdaderamente poética nuestro autor está revelando la base theleológica de la monarquía como era entendida por los antiguos griegos. Y esto fue escrito, por lo menos, treciéntos años antes de que Aristóteles sistematizara en filosofía lo que Hesíodo ya había expresado en poesía.

Este fragmento es de una utilidad enorme para entender la forma como los antiguos pensaban la política (y la ética). El poeta establece sin espacio a duda el thelos de un rey; es decir, la forma ideal a la que todo gobernante debe apuntar en el ejersicio de sus funciones. Todo rey (o lo que es lo mismo en el pensamiento griego, todo gobernante) debe procurar imitar el ejemplo de Zeus, pues son todos "alumnos de Zeus". Aristóteles es el filósofo más importante de la civilización clásica, por el simple hecho de que a través de la reflexión racional logró expresar en un lenguaje sistemático la realidad espiritual de la cultura griega. Una cultura que apunta a ideales, pero de manera muy diferente a como lo entendemos nosotros los modernos. Para nosotros un ideal es un conjunto de creencias políticas y sociales sobre las cuales actuamos para transformar nuestra realidad y avanzar sobre lo que creemos que es el futuro inevitable de la humanidad. La forma del ideal griego es totalmente diferente.

Para la cultura clásica los ideales eran reales, aún cuando no fueran actualizados en el presente. La idea de una cosa no era más que la perfección de esa cosa, es su esencia. De tal forma, la cosa concreta, actualizada en el presente, no es más que una representación material de lo que es una forma ideal que es igualmente verdadera. Esta estructura de pensamiento es perfecta para definir, entonces, la diferencia entre los virtuoso y lo viciado, siendo lo primero lo que en concreto se acerca más a la noción ideal, y lo segundo lo que más se aleja de ella. El gran filósofo de esta teoría es Platón. Pero es en Aristóteles donde consigue su mejor expresión, cuando divide las formas de gobierno en puras (ideales) y las desviadas (las más comunes en la actualidad presente). De esta manera la monarquía es el ideal perfecto e incorruptible del gobierno unipersonal, de la cual se deriva la forma desviada que conocemos como tiranía, más común en la actualidad presente, pero no por ello más real que la noción ideal de monarquía.

Todo esto es concluyente de la filosofía sistemática de Aristóteles. Pero lo que me impresiona es la coherencia que existe dentro de la cultura clásica ya desde sus primeros siglos. Hesíodo, que no era ningún filósofo, sin necesidad de reflexión sistemática, logra comprender a la perfección las nociones fundacionales del espíritu de la cultura de la cual forma parte. Una cultura theleológica: es decir, concentrada en lograr en la actualización presente una similitud con las ideas universales de las cosas, igualmente presentes. No se trata de ningún progreso, ni avance. Tal idea es ajena al pensamiento clásico. Se trata de ajustar la verdad material a la verdad ideal, en una lucha diaria que no tiene final, pues no se trata de asegurar un mejor futuro, sino de hacer virtuoso al presente. En el caso que nos compete, de cómo el monarca puede imitar al dios de quien procede, Zeus, o alejarse de él y convertirse en un tirano. Incluso resulta hermoso ver cómo el ideal del buen rey comprende a un hombre que habla con precisión y dulzura (además inspirado por las musas, como si gobernar fuera, de hecho, un arte), resolviéndo los conflictos sociales presentes de la manera más justa y rápida. Queda demasiado claro cómo para los antiguos griegos la política era un arte retórico, que requería del convencer, hablar, expresar, y no de ordenar, condenar o castigar, como es el caso de los despotismos orientales. El tirano desviado actúa de la segunda forma; el buen rey de la primera.

La mención de Spengler en el inicio del texto es sólo para señalar la curiosidad de su filosofía. Dentro de su marco de ideas, Aristóteles no inventó nada que ya no haya estado presente en la cultura clásica. Tan sólo es el más exhaustivo de los descifradores de los principios fundacionales de su propia cultura, como lo es Kant para la civilización moderna occidental.

domingo, 21 de febrero de 2010

Tarantino el Nefasto

Muy bien, no me puedo aguantar. Tengo que hablar de la última producción de Tarantino, Inglorious Basterd. Normalmente yo no comentaría las películas que me parecen malas. Sin embargo, ha surgido todo un movimiento de opinión en favor de un film tan lamentable, y la insistencia en las supuestas virtudes de lo que para mí es una de las películas más despreciables que he visto en años, que me veo en la obligación de explicar por qué detesto Inglorious Basterd.

El motivo es sencillo. Tarantino se burla de manera descarada de la inteligencia del público. Tarantino le está escupiendo en el rostro a su audiencia, la cual le devuelve el favor con aplausos y ovaciones.

1) A las personas que disfrutamos la historia, con frecuencia tiende a gustarnos mucho. Y cuando la historia se expresa a través de un género artístico, confiamos en que dicho género haga justicia al drama humano representado en la historia. No se trata de que los cineastas sean historiadores, ni las películas documentales. No. Se trata de que el arte sea un medio justo y virtuoso para la expresión de los acontecimientos pasados. De tal manera que una película podría ser de humor, y usar la historia para contar una comedia. De la misma manera podría usarse la propia historia para contar una tragedia. Inglorious Basterds no hace ni lo uno, ni lo otro. Esta película de Tarantino no hace otra cosa que burlarse de la historia misma. No usa la historia para contar ninguna comedia o tragedia. Es una expresión arrogante y despectiva sobre acontecimientos cuya gravedad todos muy bien conocemos. Y hay que decirlo: esto no es una tragedia, ni una comedia. Es una burla. Entonces cómo puede a alguien que le guste y admire la historia sentir gusto por una expresión artística que escupe y desprecia tanto la belleza como la gravedad de una historia tan real e impresionante, que fue el nazismo.

2) Sé que no todo el mundo sabe la diferencia entre nazi y soldado-alemán-de-la-Segunda-Guerra. Y sin duda, o Tarantino no la conoce, o sabiéndolo tiene el descaro de pretender lo contrario. El término nazi se utiliza para personas comprometidas con el partido Nacional Socialista Alemán. Nazi es un político; alguien inscrito en el partido, como lo son hoy los miembros de los distintos partidos liberales, socialistas, demócratas o republicanos. De tal manera, con la palabra nazi se le dice a alguien comprometido con el régimen y con su líder, Hitler. Un soldado alemán es, por el contrario, un ciudadano común que nació en una época donde su país inició una guerra. Independientemente de los motivos de la guerra, el ciudadano responsable acude al llamado de su nación, esté o no con el partido gobernante. La diferencia es clarísima, porque los nazi usaban uniformes diferentes e insignias diferentes que los oficiales y soldados de la Wehrmacht, que no necesariamente eran nazis. En Inglorious Basterds existe un uso indiscriminado, casi racista, de la palabra nazi. De tal manera los personajes van por allí matando y mutilando a jóvenes y soldados alemanes cualquiera, en una supuesta cacería de nazis. Esto es un uso despectivo y perverso de las realidades, como si todos los alemanes fueran nazis, asesinos de judíos (y es verdad también lo contrario. Al generalizar la palabra nazi, su significado concreto, con todas las repercusiones morales que implica, es banalizada y reducida en gravedad); todo lo cual es una vil mentira. Vil porque es racista y mentira porque los soldados de la Wehrmacht no eran necesariamente nazis, cosa que la película implica. Tarantino humilla y confunde de forma grotesca la identidad alemana con la perversa ideología nazi.

3) La película no tiene ningún propósito fuera de un placer sádico por la violencia y el sufrimiento humano. El nazismo ha sido uno de los fenómenos políticos más delicados y graves que se haya dado en la historia de Occidente. La caricaturización de un fenómeno tan preocupante -pero no para hacer con ella una comedia graciosa y simpática que nos recuerde con risas lo que ha sido motivo de llanto -la consecutiva banalización de un período muy oscuro y muy reciente, para la construcción de una historia irreal, sin sentido aparente y que, al final, sólo busca alimentar el culto patético que existe hacia el cine de Tarantino, es motivo del más serio de los reproches. Tarantino, que ha demostrado cierta experticia en el manejo del género de violencia, con Inglorious Basterds demuestra quién es exactamente: un cínico ignorante sin respeto por nada noble ni pudor por los perverso, sádico y elemental, que somete a la audiencia a una demostración infinita de idiotez. Queriéndo ser un iconoclasta, un provocador, resulta ser un patán repugnante, e Inglorious Basterds produce un deplorable asco.

Esta película debería ser condenada por lo grave de sus implicaciones morales. En cambio, el público aplaude a este chiste de director.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Comentario sobre "La nueva derecha estadounidense"

Acabo de leer un artículo de un tal Antonio Caño del famoso diario El País, de España. Lo pueden buscar con facilidad en su sitio web en: http://www.elpais.com/articulo/internacional/nueva/derecha/estadounidense/elpepiint/20100213elpepiint_7/Tes

Hago este señalamiento porque tan sólo en los primeros dos párrafo este señor, el cual no tengo ni idea de quién es, hace en su artículo una demostración de ignorancia verdaderamente alarmante. Y digo alarmante porque este señor, que yo no se si es de izquierda o de derecha, lanza el juicio más falaz y escandaloso que se puede utilizar contra alguien o algún movimiento: "Fascista". Luego va y ridiculiza el gusto de los americanos por los candidatos de origen tradicional frente a la dignidad de los postgrados prestigiosísimos de Obama. ¿Quién es el elitista en todo esto? A este señor no le han dicho que la democracia nada tiene que ver con postrados, ni que nadie por haber estudiado en un lugar espectacular es más competente que otros. Pero bueno, él parece ignorar esto. Pero lo peor es utilizar ciertos ejemplos aislados de lo que supuestamente algunos gritaron en un evento público para decir que el movimiento conservador de Estados Unidos es racistas, nacionalista y fascista. Esto es, quizá, la demostración máxima de ignorancia.

Primero, en ningún país serio se puede estar en favor de la inmigración ilegal. Estados Unidos es un país forjado por inmigrantes donde la inmigración ha jugado un papel fundamental en su conformación. Pero hay algo que lo americanos insisten: debe ser legal. Si al señor Antonio Caño le parece que esto es un tecnicismo de ultra derecha, le sugiero que se revise y piense si tiene sentido permitir la invasión indiscriminada de su país, por ejemplo España y la peligrosa inmigración africana que el inepto de Zapatero no ha procurado combatir. Nadie dice que pateen a los inmigrantes; lo que los americanos exigen (tanto de derecha como izquierda) es que sea legal. Pero claro, la tradición legalistas de los Estados Unidos es uno de los factores centrales que los tienen donde están: en la cima del planeta.

Segundo, el señor Antonio Caño confunde las nociones de patriotismo y nacionalismo. Esto parecerá otro tecnicismo, pero nuevamente es otro de esos tecnicismos tan abrumadores que hace la radical diferencia entre el nuevo y el viejo mundo. Patriotismo es sentir amor por el país donde naciste, por el país que te trajo al mundo a ti y a tus antepasados (de allí patria del latín). Nacionalismo es fervor por la cultura y el pueblo que conformas. Son dos cosas tan diferentes como que dentro del patriotismo cabe la diversidad en vista de que una misma tierra y una misma república la compartimos entre varios de diferente procedencia. En el nacionalismo es todo lo contrario: es un concepto excluyente porque sólo contempla a las personas que forman parte de la nación, es decir, la etnia legendaria de la que descendemos. Compañeros, Estados Unidos es todo menos una nación. Es un país con tanta variedad cultural y racial que puede ser llamado una república que múltiples naciones. Pero tachar a un movimiento de nacionalista por ser patriótico es una demostración evidente de ignorancia, como hace el señor Antonio Caño.

Podría continuar despotricando contra este columnista que demuestra con creces el típico resentimiento de izquierda que sienten muchos hacia los Estados Unidos. Ese resentimiento alimentado por un país exitoso que logró superar muchos de los avatares que la gran mayoría de los países del mundo, y muchos de Europa, todavía sueñan en superar. Y el ejemplo más claro es el desprecio que este señor demuestra por el constante interés de los americanos de que sus representantes en el gobiernos provengan de una condición social sencilla. Ese origen social sencillo es virtud en las democracias, pero él, por supuesto, desprecia eso, porque en el fondo no es ningún demócrata, sino otro elitista más que no ha podido superar los complejos heredados del Ancient Régime Europeo.

martes, 16 de febrero de 2010

La Obra Maestra de PIXAR


Desde hace unos meses para acá he tenido la oportunidad de ver varias veces la hermosa película de PIXAR titulada Wall-E. Desde el primer momento he querido comentarla, pero luego de haberla visto hace un par de noches me doy cuenta de que es, sin duda, mi película animada preferida, por el momento. Y puedo ir más allá. Wall-E es, además, mi película romántica preferida, y una de mis películas favoritas de ciencia ficción. Porque el tema de esta maravillosa película no sólo es el género animado infantil, sino que encubre a su vez una trama de amor de sutileza enternecedora, y un contenido en ciencia ficción interesante y crítico. Es un recordatorio de que los recursos del planeta Tierra son escasos y que la cultura absolutista del consumismo utilitario desemboca en la obesidad más alienante.

Lo que más encanta, en principio, es que la primera mitad de la película es muda. El personaje, un pequeño y dulce robot recolector de basura, viejo y destartalado, vive sólo en la costa este de los Estados Unidos, cumpliendo por siglos con su mecánica misión de almacenar basura, mientras es alimentado con energía solar. Su única compañera es una minúscula cucaracha que dista mucho de ser repugnante. De repente una nave desciende desde el espacio y deja en la Tierra a un ultra moderno robot que parece más un ipod que otra cosa. Este nuevo compañero es, de hecho, un modelo femenino de nombre "Eva". Las secuencias que avanzan a partir de aquí son un descubrimiento de los dos robots, hasta el punto en que Wall-E se enamora de Eva. Es impresionante que todo esto sucede sin habla, y el rostro de cada uno se limita a sus ojos. Estos elementos son lo único indispensable para construir una enternecedora relación entre los dos personajes mecánicos. Lo que sigue es un viaje al espacio, y la segunda mitad de la película que se desarrolla en una ciudad espacial habitada por humanos reducidos a una condición de consumismo alienante. Todos son obesos e ignorantes. El argumento con la llegada de Wall-E es que, totalmente ingenuo a los acontecimientos de su alrededor, y movido exclusivamente por su enamoramiento con Eva, logra convencer a la humanidad de regresar a la tierra y revivir el planeta.

Es una historia bellísima con secuencias fascinantes. La que más me conmueve es la danza que hacen Eva y Wall-E en el espacio alrededor de la gigantesca ciudad espacial luego de que este logra salvar de la destrucción la única planta que Eva rescató de su estadía en la Tierra. Toda la vida de la película es alimentada con el talentosísimo diseño de todos los robots, los cuales logran representar de maravilla los estereotipos de personas y profesiones. Sin duda una obra de creatividad apasionante y cuya historia es de una dulzura conmovedora. No dejen de verla.

domingo, 14 de febrero de 2010

Anti-americanismo en siete fáciles pasos

Me voy a tomar la libertad de citar literalmente una entrada en inglés de reciente publicación y que viene mucho al caso. También lo pueden conseguir en: http://americaintheworld.typepad.com/home/2010/01/antiamericanism-in-seven-easy-steps.html


Anti-Americanism in seven easy steps

The humanitarian catastrophe in Haiti is turning out to be a classic illustration of anti-Americanism in seven easy steps.

  1. Calamitous events take place in a chaotic place (think Bosnia, think Somalia, think Iraq in 1991).
  2. The U.N and the U.S intervene.
  3. The civil government proves to be useless or malign, or both. The U.N isn’t up to the job. The only effective force in sight is the U.S. According to today’s Guardian, John O’Shea, the head of Goal, a medical charity, has called on the U.S to take charge of the whole operation. So has a major U.S aid agency (“which declined to be named for political reasons”).
  4. There are only two possible outcomes.
  5. The U.S takes over. If this happens, it will be accused of “creating a military occupation under the guise of humanitarian aid” and “occupying” the country outright. (Apologies, my memory’s failing me. These criticisms have been aired already. The first quote’s from President Chavez of Venezuela. The second’s from Alain Joyandet, France’s “Co-operation Minister”.)
  6. The U.S doesn’t take over. If this happens, it will be criticised for “not doing enough” - and isolationism.
  7. So either way, the U.S loses.

I’m not a fully signed-up member of the Stars-and-Stripes fan club. But there are times when I think: who’d be an American?

Paul Goodman

jueves, 11 de febrero de 2010

De carácter informativo

Chávez ha dicho anoche en cadena nacional lo siguiente: "Yo soy dictador... pero no tanto." Vuelvo a hacer la pregunta clásica. ¿Ustedes pueden creer esta vaina? Mañana podría perfectamente decir que es la reencarnación de Maria Lionza. Cualquier cosa se puede esperar del tirano de Venezuela.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Libertad y participación

Esta es una de las continuas secuelas de mi guerra personal contra el liberalismo y su descendencia. Sin embargo debo detenerme a explicar lo que quiero decir por "liberalismo", en vista de que la palabra tiene tantos usos en distintas partes de la civilización occidental que deja demasiado espacio a confusiones. Esto es importante en vista de que buena parte de mis lectores son europeos.

Cuando hablo de liberalismo no me refiero a las líneas doctrinales de partidos que en Europa prevalecen entre los llamados "partidos liberales", y que son identificados con la derecha. Por el contrario en Estados Unidos se usa la palabra liberal para hablar de las tendencias izquierdistas del partido demócrata, que se parecen más a las líneas doctrinales de los partidos socialistas europeos. La pregunta obvia es, entonces, ¿qué liberalismo? Para responder a esta pregunta debo aclarar que mi discusión no es con el liberalismo de uso común en la política de las repúblicas, sino con la tradición de pensamiento que surge dentro del movimiento de la Ilustración (siglo XVIII), cuya tendencia es progresista y se ramificó en múltiples doctrinas posteriores a partir del siglo XIX (incluyendo al socialismo), y que se conoce comúnmente como liberalismo. Ahora bien, existe el liberalismo económico que es, en principio, un invento de los ingleses. Este liberalismo a mi no me interesa, en vista de que considero a la economía una ciencia excesivamente práctica donde las líneas doctrinales son sólo demostración de ingenuidad, ignorancia y/o insensatez. Yo quiero hablar es de la tradición liberal que consigue a sus más grandes expositores en Kant y Stuart Mill. Especialmente su noción de individuo y las consecuencias individualistas de sus filosofías (denteológica en el caso de Kant y utilitarista en el caso de Mill)

Leyendo un libro de un autor italiano muy importante, Norberto Bobbio, me encontré con muchas de las equivocaciones del liberalismo a la hora de clasificar los fenómenos políticos. A mi me resulta harta ideológica toda la tradición de pensamiento liberal, en vez de ser una genuina búsqueda de comprensión de los fenómenos políticos tal cual son. Entre esas equivocaciones, la que considero más trascendental, la noción de libertad negativa que inicia Tomás Hobbes. Digo Hobbes porque es el primer gran autor en poner el centro de todo el análisis en la noción de "individuo" (noción que por lo pronto es equivocada, porque no existe tal cosa como "el individuo"). Estas nociones hobbesianas han significado muchos errores, pero los que considero más preocupantes son los que tienen consecuencias políticas. Bobbio es un buen exponente de ese liberalismo político que considera que la democracia se resume en el Estado de derecho dirigido por partidos políticos a través de la elección libre de los cargos por sufragio universal. Esta visión de la democracia la consigo muy pobre y reduccionista. Su respuesta a esta crítica es que existe una "democracia real" con la que nos tenemos que conformar y una "democracia ideal" que no es realizable en la práctica. Y si uno insiste demasiado en el argumento contrario entonces te señalan de totalitario. Todo esto me resulta desastroso en el campo de la ciencia, porque no se trata de cómo preferimos ser gobernados, sino de "qué es una democracia" y de "qué no lo es". La mayor parte de los países del mundo occidental de hoy a mi no me resultan ser tan democracias como dicen ser. ¿Por qué? Muy simple: porque la democracia resalta la soberanía de los ciudadanos comunes por encima de cualquier otra forma de estructura. En este sentido los partidos no resultan ser más que engañosas élites que poco contacto tienen con sus electores. En tal caso el señor Bobbio (quien habla en nombre de los liberales) considera que la democracia se limita a procedimientos, pues, no son nada más que reglas de juego justas que hay que seguir. Afirma que no existe una esencia de la democracia. Todo se resume a reglas de juego. Este análisis es una demostración de una incapacidad para comprender los fenómenos políticos en su objetividad. Y no es culpa del señor Bibbio, quien dentro de todo es una lumbrera de conocimiento. El no puede entenderlo de una manera más certera por un problema de carácter ideológico: que es liberal.

Ver la democracia como un asunto estrictamente de procedimiento es tener demasiada fe en lo que los americanos llaman "check and balance". Es decir, en el modelo de república ideado por Montesquieu en el cual los distintos órganos del poder soberano del Estado se van a regular mutuamente para así evitar la concentración de poder. Esto es, en principio, correcto y demostrable por la experiencia histórica de varios países (especialmente en el ejemplo de los Estados Unidos de América). Pero tal realidad no es absoluta y un análisis que se quede en los procedimientos es totalmente insuficiente para comprender los fenómenos políticos de las repúblicas democráticas. Pues, si no es así, ¿qué diantres sucedió en Venezuela, la república más estable y próspera de América Latina? A esta pregunta no pueden responder los liberales con certeza, porque su propia nube ideológica les impide ver la profundidad del problema. No compañeros, no se trata sólo de procedimientos ni de "check and balance". Por supuesto que sin estos procedimientos no puede haber ni siquiera república. Pero ellos no son suficientes para sostenerla. Y aquí es donde avanzo en el tema que a los liberales les da taquicardia. Las repúblicas se sostienen porque existe un compromiso de deberes cívicos por parte de los ciudadanos hacia la cosa pública. Eso lo llamamos, nosotros los republicanos, virtud. A ellos "virtud" les huele a totalitarismo; pero es que a los liberales todo lo que no es como ellos huele así. Si los procedimientos democráticos contemplados en la ley no vienen acompañados de un compromiso por parte de los ciudadanos comunes (no sólo de los políticos) en los asuntos de interés público, dichos procedimientos no serán más que letra muerta. Venezuela es el mejor caso de ello. Y es que la democracia sí tiene contenido, y es lo que ignora el señor Bobbio: que el contenido de la democracia es una masa crítica de ciudadanos comprometidos con sus deberes hacia la cosa pública; comprometidos en luchar contra la corrupción, en permanecer enterados, en no sólo acudir a las urnas, pero, además, mantenerse activos en la lucha por preservar esos derechos de libertad republicanos. La llamada sociedad civil: organizaciones de ciudadanos en grupos que presión por el funcionamiento correcto de los procedimientos y la perenne queja frente al abuso de poder. La participación activa en asuntos de interés público como el mejoramiento de los bienes de la república y la comunidad. A los liberales les aterra este discurso porque, de nuevo, les huele a imponer criterios ajenos a ese sagrado individuo de ellos. Pero es que si se parte de una noción tan errada como la del individuo, por supuesto que no se puede comprender el deber cívico que exige vivir en la libertad de la república.

Compañeros, hago un llamado a la reflexión política. Se cree demasiado que la política y los deberes son sólo justificables cuando representan un beneficio al individuo, como si fuera una relación comercial de compra y venta. La política no se parece en nada a la economía. En la política está el factor "poder" que es definitivo para comprender los fenómenos políticos. La política no se trata de un mercado de candidatos con los ciudadanos como demandantes. Es mucho más que eso. Se trata de experimientar la libertad originaria que hace siglos vivieron los antiguos: la alegría y pasión de participar en los asuntos públicos, y la grandeza y orgullo que devienen de dicha participación. Si estos valores no se educan en una república (como pretenden los liberales más consistentes con su propia teoría) esa libertad que se disfruta en el presente se está socavando para las futuras generaciones. La virtud no se trata de imponer nada; se trata de promover y educar los valores de civilitud que exigen la vida en libertad. Al final el hombre más consistente con sus propios principios liberales fue Tomás Hobbes, y su solución al problema fue el absolutismo. ¿En qué forma de gobierno queremos vivir?

NOTA: muchas de las ideas aquí presentadas se las debo a la poderosa influencia de Aristóteles, Maquiavelo y Hanna Arendt. Hoy en día hay una buena escuela de autores que reflexiona de manera similar entre los cuales he leído a Skinner, MacIntyre, Sandel, y yo incluyo de manera poco ortodoxa al propio Robert Dahl.

lunes, 1 de febrero de 2010

Reflexión cualquiera

Si el mundo fuera perfecto no sería mundo y sería el paraíso, lo cual es lo mismo a decir que todos estaríamos muertos.