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miércoles, 3 de febrero de 2010

Libertad y participación

Esta es una de las continuas secuelas de mi guerra personal contra el liberalismo y su descendencia. Sin embargo debo detenerme a explicar lo que quiero decir por "liberalismo", en vista de que la palabra tiene tantos usos en distintas partes de la civilización occidental que deja demasiado espacio a confusiones. Esto es importante en vista de que buena parte de mis lectores son europeos.

Cuando hablo de liberalismo no me refiero a las líneas doctrinales de partidos que en Europa prevalecen entre los llamados "partidos liberales", y que son identificados con la derecha. Por el contrario en Estados Unidos se usa la palabra liberal para hablar de las tendencias izquierdistas del partido demócrata, que se parecen más a las líneas doctrinales de los partidos socialistas europeos. La pregunta obvia es, entonces, ¿qué liberalismo? Para responder a esta pregunta debo aclarar que mi discusión no es con el liberalismo de uso común en la política de las repúblicas, sino con la tradición de pensamiento que surge dentro del movimiento de la Ilustración (siglo XVIII), cuya tendencia es progresista y se ramificó en múltiples doctrinas posteriores a partir del siglo XIX (incluyendo al socialismo), y que se conoce comúnmente como liberalismo. Ahora bien, existe el liberalismo económico que es, en principio, un invento de los ingleses. Este liberalismo a mi no me interesa, en vista de que considero a la economía una ciencia excesivamente práctica donde las líneas doctrinales son sólo demostración de ingenuidad, ignorancia y/o insensatez. Yo quiero hablar es de la tradición liberal que consigue a sus más grandes expositores en Kant y Stuart Mill. Especialmente su noción de individuo y las consecuencias individualistas de sus filosofías (denteológica en el caso de Kant y utilitarista en el caso de Mill)

Leyendo un libro de un autor italiano muy importante, Norberto Bobbio, me encontré con muchas de las equivocaciones del liberalismo a la hora de clasificar los fenómenos políticos. A mi me resulta harta ideológica toda la tradición de pensamiento liberal, en vez de ser una genuina búsqueda de comprensión de los fenómenos políticos tal cual son. Entre esas equivocaciones, la que considero más trascendental, la noción de libertad negativa que inicia Tomás Hobbes. Digo Hobbes porque es el primer gran autor en poner el centro de todo el análisis en la noción de "individuo" (noción que por lo pronto es equivocada, porque no existe tal cosa como "el individuo"). Estas nociones hobbesianas han significado muchos errores, pero los que considero más preocupantes son los que tienen consecuencias políticas. Bobbio es un buen exponente de ese liberalismo político que considera que la democracia se resume en el Estado de derecho dirigido por partidos políticos a través de la elección libre de los cargos por sufragio universal. Esta visión de la democracia la consigo muy pobre y reduccionista. Su respuesta a esta crítica es que existe una "democracia real" con la que nos tenemos que conformar y una "democracia ideal" que no es realizable en la práctica. Y si uno insiste demasiado en el argumento contrario entonces te señalan de totalitario. Todo esto me resulta desastroso en el campo de la ciencia, porque no se trata de cómo preferimos ser gobernados, sino de "qué es una democracia" y de "qué no lo es". La mayor parte de los países del mundo occidental de hoy a mi no me resultan ser tan democracias como dicen ser. ¿Por qué? Muy simple: porque la democracia resalta la soberanía de los ciudadanos comunes por encima de cualquier otra forma de estructura. En este sentido los partidos no resultan ser más que engañosas élites que poco contacto tienen con sus electores. En tal caso el señor Bobbio (quien habla en nombre de los liberales) considera que la democracia se limita a procedimientos, pues, no son nada más que reglas de juego justas que hay que seguir. Afirma que no existe una esencia de la democracia. Todo se resume a reglas de juego. Este análisis es una demostración de una incapacidad para comprender los fenómenos políticos en su objetividad. Y no es culpa del señor Bibbio, quien dentro de todo es una lumbrera de conocimiento. El no puede entenderlo de una manera más certera por un problema de carácter ideológico: que es liberal.

Ver la democracia como un asunto estrictamente de procedimiento es tener demasiada fe en lo que los americanos llaman "check and balance". Es decir, en el modelo de república ideado por Montesquieu en el cual los distintos órganos del poder soberano del Estado se van a regular mutuamente para así evitar la concentración de poder. Esto es, en principio, correcto y demostrable por la experiencia histórica de varios países (especialmente en el ejemplo de los Estados Unidos de América). Pero tal realidad no es absoluta y un análisis que se quede en los procedimientos es totalmente insuficiente para comprender los fenómenos políticos de las repúblicas democráticas. Pues, si no es así, ¿qué diantres sucedió en Venezuela, la república más estable y próspera de América Latina? A esta pregunta no pueden responder los liberales con certeza, porque su propia nube ideológica les impide ver la profundidad del problema. No compañeros, no se trata sólo de procedimientos ni de "check and balance". Por supuesto que sin estos procedimientos no puede haber ni siquiera república. Pero ellos no son suficientes para sostenerla. Y aquí es donde avanzo en el tema que a los liberales les da taquicardia. Las repúblicas se sostienen porque existe un compromiso de deberes cívicos por parte de los ciudadanos hacia la cosa pública. Eso lo llamamos, nosotros los republicanos, virtud. A ellos "virtud" les huele a totalitarismo; pero es que a los liberales todo lo que no es como ellos huele así. Si los procedimientos democráticos contemplados en la ley no vienen acompañados de un compromiso por parte de los ciudadanos comunes (no sólo de los políticos) en los asuntos de interés público, dichos procedimientos no serán más que letra muerta. Venezuela es el mejor caso de ello. Y es que la democracia sí tiene contenido, y es lo que ignora el señor Bobbio: que el contenido de la democracia es una masa crítica de ciudadanos comprometidos con sus deberes hacia la cosa pública; comprometidos en luchar contra la corrupción, en permanecer enterados, en no sólo acudir a las urnas, pero, además, mantenerse activos en la lucha por preservar esos derechos de libertad republicanos. La llamada sociedad civil: organizaciones de ciudadanos en grupos que presión por el funcionamiento correcto de los procedimientos y la perenne queja frente al abuso de poder. La participación activa en asuntos de interés público como el mejoramiento de los bienes de la república y la comunidad. A los liberales les aterra este discurso porque, de nuevo, les huele a imponer criterios ajenos a ese sagrado individuo de ellos. Pero es que si se parte de una noción tan errada como la del individuo, por supuesto que no se puede comprender el deber cívico que exige vivir en la libertad de la república.

Compañeros, hago un llamado a la reflexión política. Se cree demasiado que la política y los deberes son sólo justificables cuando representan un beneficio al individuo, como si fuera una relación comercial de compra y venta. La política no se parece en nada a la economía. En la política está el factor "poder" que es definitivo para comprender los fenómenos políticos. La política no se trata de un mercado de candidatos con los ciudadanos como demandantes. Es mucho más que eso. Se trata de experimientar la libertad originaria que hace siglos vivieron los antiguos: la alegría y pasión de participar en los asuntos públicos, y la grandeza y orgullo que devienen de dicha participación. Si estos valores no se educan en una república (como pretenden los liberales más consistentes con su propia teoría) esa libertad que se disfruta en el presente se está socavando para las futuras generaciones. La virtud no se trata de imponer nada; se trata de promover y educar los valores de civilitud que exigen la vida en libertad. Al final el hombre más consistente con sus propios principios liberales fue Tomás Hobbes, y su solución al problema fue el absolutismo. ¿En qué forma de gobierno queremos vivir?

NOTA: muchas de las ideas aquí presentadas se las debo a la poderosa influencia de Aristóteles, Maquiavelo y Hanna Arendt. Hoy en día hay una buena escuela de autores que reflexiona de manera similar entre los cuales he leído a Skinner, MacIntyre, Sandel, y yo incluyo de manera poco ortodoxa al propio Robert Dahl.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Reflexiones sobre el republicanismo

Si de republicanismo y ciudadanía queremos hablar, no podemos comenzar por ningún otro lugar que no sea en los autores clásicos, especialmente en Roma. Y es por ello que traigo a colación una frase que recientemente leí en Tito Livio, y que, de alguna manera, resume el grueso de la teoría republicana desde Maquiavelo hasta nuestros días.

Delegados de Locros se presentan ante el Senado Romano a protestar por las actitudes del legado militar Pleminio, dejado a cargo de la guarnición por Cornelio Escipión luego de la expulsión de dicha ciudad de los invasores cartagineses, y su representante, el más anciano, dice:

"Resulta difícil establecer cuál de las dos eventualidades es más detestable para una ciudad: cuando los enemigos la toman durante la guerra, o cuando un tirano funesto la oprime con la violencia y con las armas. Todo lo que padecen las ciudades tomadas lo hemos padecido y lo estamos padeciendo más que nunca, padres conscriptos; todas las atrocidades que cometen los más crueles e inhumanos tiranos contra los ciudadanos oprimidos las ha cometido Pleminio contra nosotros, nuestros hijos y nuestras hijas" (Tito Livio, XXIX, 17, 19)

Sé que tiendo a utilizar mucho a Livio, pero no salgo de mi impresión cada vez que pesco una de estas poderosas afirmaciones de implicaciones mucho más profundas para el debate político de lo que a primera vista se puede ver. He aquí el debate sobre la libertad y he aquí la respuesta que nos dan los antiguos. Tomás Hobbes, el filósofo inglés, es el gran enemigo de esta tradición de pensamiento. Fue su verdugo en el siglo XVII, y todavía hoy existen sus defensores.

Compañeros, la verdad es que la noción de libertad negativa, es decir, la idea de que la libertad es el margen de la voluntad para actuar de acuerdo a sí misma sin interferencias extrañas es sencillamente una gran equivocación. Y una de las más bajas de las equivocaciones de la modernidad para el conocimiento, en vista de que buena parte del pensamiento moderno liberal y de sus ramas utilitaristas se fundamenta en este terrible error. La libertad no es el reino de las inclinaciones y su realización. No es en el individuo donde la libertad se encuentra. Es en la comunidad política, y es que la libertad es un fenómeno netamente político, no individual. La libertad se disfruta públicamente, no en el espacio privado. Cuando un semejante, cuando una persona igual a ti es oprimida, maltratada, vejada, esclavizada, eso también representa un acto de violación de tú persona, porque la libertad de nuestros semejantes, compañeros en la ciudadanía, es también nuestra libertad como personas. Por eso la idea liberal de vivir libres en nuestros hogares sin interferencia del Estado no es más que un prejuicio burgués.

Dos son los enemigos de la libertad tanto de una comunidad como de la persona en su individualidad. Los tiranos y las potencias extranjeras. No se es libre cuando se tiene a algunos como dueños. No se es libre cuando en tú país, aunque disfrutes de amplia licencia para hacer lo que la voluntad te dicte (como en Venezuela), está gobernado por un grupo de sujetos que a voluntad te pueden oprimir. Rescato del liberalismo su intención republicana, la idea de la ley como contención a la arbitrariedad, no para proteger los derechos de un individuo que no existe, sino para prohibir bajo cualquier circunstancia una relación de dominación donde unos se conviertan en dueños de otros. ¿Y qué es un tirano si no el amo de un país de esclavos? La libertad se trata de no tener dueño, por más pataletas que den los libertarios seguidores de Hobbes. No se trata de amplios márgenes de realización de la voluntad. Eso es una ficción; ya lo demostró así Kant. Se trata de compartir un país con semejantes a los cuales llamar ciudadanos porque ninguno es propiedad de la voluntad de nadie más. Y es a este principio al que debemos apelar.

domingo, 4 de octubre de 2009

Justicia y Libertad


Seamos sinceros, la política es un asunto de pasiones. Por supuesto que las variables de poder se manejan de acuerdo con criterios racionales, pero éste es un campo reservado para los líderes, dirigentes y ambiciosos de ese poder. Pero para el ciudadano común, para el ciudadano de una república vigorosa, no para el súbdito de un monarca, ni para el esclavo de un tirano, la política es un asunto de pasiones. Incluso las elecciones hechas por los votantes en repúblicas vigorosas, aunque son hechas de acuerdo con cálculos racionales, vienen siempre acompañadas de la fuerza y convicción que se derivan de las pasiones. Sólo en repúblicas estériles la racionalidad es el único principio, como en aquellos helados países escandinavos, y a veces parece que incluso en Alemania.
La tesis platónica del Rey Filósofo no es para nada descabellada. Todo lo contrario, es totalmente coherente. La Democracia Ateniense, también como cualquier modelo de república vigorosa, se administraba más con pasiones que con razón. Y es un axioma antropológico que el motor político de los pueblos son antes las pasiones que la los juicios estrictamente utilitarios. Precisamente por éste motivo Platón rechaza completamente a la Democracia Ateniense, en favor de una forma de gobierno donde el gobernante pueda ejercer el poder soberano sin la necesidad de convencer a los gobernados. Por ende, desatado de éste requerimiento, puede gobernar estrictamente con la razón.
Ahora, ¿por qué es para Platón tanto mejor el gobierno de la razón que el gobierno de las pasiones? Tan sencillo como que, en la tradición socrática a la que pertenecía, él no podía conciliar filosóficamente a las pasiones con los requerimientos de la justicia. Y el descubrimiento de Platón, descubrimiento que hasta ahora casi nadie en su sano juicio ha rechazado, es que el bien supremo de la política, el bien común por excelencia, es la justicia. Sólo el filósofo inobstaculizado por las tendencias pasionales de las formas de gobierno populares puede administrar justicia con absoluto equilibrio y legitimidad.
Por otra parte, un republicano tan convencido como lo fue Maquiavelo, entendía totalmente las implicaciones pasionales del republicanismo, pero a diferencia de Platón, las reivindicaba. Porque, además de la justicia, el otro gran bien de la política, a veces en pugna con la primera, es la libertad. Y el Maestro Florentino hace su apuesta por la libertad en el republicanismo, mientras que el Gran Filósofo apuesta a la estabilidad pacífica de un gobierno unipersonal (o aristocrático en la República), mucho más propenso a impartir justicia, siempre y cuando el o los gobernantes sean justos. Pero la experiencia de vida de nuestros dos autores los separó por rutas irreconciliables. Mientras Platón tuvo que presenciar el arbitrario juicio y sentencia mortal de su admirado maestro Sócrates, por un tribunal popular prejuiciado, vengativo y mezquino, Maquiavelo vivió en carne y hueso, llegando a la experiencia de la tortura, las arbitrariedades y ambiciones desenfrenadas de los monarcas y tiranos de su tiempo (insólito que ambos hayan vivido también la experiencia contraria, Platón en sus infortunados viajes a Siracusa y Maquiavelo en su fracasada lucha por una república libre florentina).
Luego de toda nuestra experiencia histórica occidental, ¿qué? ¿Quién triunfa en el debate entre la razón de la justicia y la pasión por la libertad cuando ambas están en pugna? La única respuesta, modesta por lo pronto, a la que puedo llegar en éste momento, producto de una experiencia que tuve el día de hoy es, qué aburrida es la política cuando está excenta y qué indignante es la política cuando abunda la injusticia. El republicanismo debe integrar los dos principios: libertad y justicia, y deshacerse de esa interpretación errada de que en política todo es una elección racional, porque de hecho no lo es casi nunca (vean a Venezuela). La virtud del sistema inventado por Montesquieu es la mixtura entre la justicia impartida racionalmente por una aristocracia legítima como lo es el Poder Judicial, y la libertad apasionada que vivimos en los tiempos de elecciones y en los acalorados debates en los Congresos de las repúblicas.