Desde sus épocas más arcaicas, la antigua cultura helénica ya disponía de magestuosos poetas como Homero, Hesíodo y Solón. Y es que, en las manifestaciones artísticas más fundamentales (por no decir fundacionales) se encuentran con toda claridad los principios y valores desde donde se construye todo el edificio de una civilización. Digo esto inspirado, en parte por mi reciente lectura de la Teogonía de Hesíodo, y por otro lado en la filosofía histórica del controversial Oswald Spengler, quien, contrario a toda la tradición moderna progresista, compara a las culturas con plantas que nacen, crecen, florecen y se marchitan, en vez de con el desplazamiento lineal hacia un mundo mejor. Comparto con ustedes un fragmento de la Teogonía que me hizo reflexionar de inmediato:
"Cuando las hijas del Gran Zeus (las musas) quieren honrar a alguno de los soberanos, alumnos de Zeus, en el cual han puestos los ojos desde que naciera, derraman en su lengua un dulce rocío y de allí en adelante las palabras fluyen de su boca como miel, y todo el pueblo lo contempla cuando falla con rectitud los litigios o hablando con decisión termina pronto y hábilmente grandes cuestiones. Pues los soberanos son prudentes a fin de que, pronunciando en el Agora suaves y persuasivas palabras, consigan con facilidad que se restituya aquello de que alguien haya sido despojado. Al encaminarse el rey a la junta del pueblo, todos lo veneran con dulce respeto, como a un Dios; y entre todos descuella cuando están reunidos. (...) existen en la tierra aedos y citaristas; pero los reyes proceden de Zeus." (Teogonía: línea 80: Hesíodo)La fecha exacta de la vida de Hesíodo no se conoce con certeza, pero se especula que debió haber vivido alrededor del siglo VII a. C., lo cual lo hace contemporáneo con Solón de Atenas. Ahora bien, con este fragmento quiero comentar algo que me pareció impresionante. De una manera verdaderamente poética nuestro autor está revelando la base theleológica de la monarquía como era entendida por los antiguos griegos. Y esto fue escrito, por lo menos, treciéntos años antes de que Aristóteles sistematizara en filosofía lo que Hesíodo ya había expresado en poesía.
Este fragmento es de una utilidad enorme para entender la forma como los antiguos pensaban la política (y la ética). El poeta establece sin espacio a duda el thelos de un rey; es decir, la forma ideal a la que todo gobernante debe apuntar en el ejersicio de sus funciones. Todo rey (o lo que es lo mismo en el pensamiento griego, todo gobernante) debe procurar imitar el ejemplo de Zeus, pues son todos "alumnos de Zeus". Aristóteles es el filósofo más importante de la civilización clásica, por el simple hecho de que a través de la reflexión racional logró expresar en un lenguaje sistemático la realidad espiritual de la cultura griega. Una cultura que apunta a ideales, pero de manera muy diferente a como lo entendemos nosotros los modernos. Para nosotros un ideal es un conjunto de creencias políticas y sociales sobre las cuales actuamos para transformar nuestra realidad y avanzar sobre lo que creemos que es el futuro inevitable de la humanidad. La forma del ideal griego es totalmente diferente.
Para la cultura clásica los ideales eran reales, aún cuando no fueran actualizados en el presente. La idea de una cosa no era más que la perfección de esa cosa, es su esencia. De tal forma, la cosa concreta, actualizada en el presente, no es más que una representación material de lo que es una forma ideal que es igualmente verdadera. Esta estructura de pensamiento es perfecta para definir, entonces, la diferencia entre los virtuoso y lo viciado, siendo lo primero lo que en concreto se acerca más a la noción ideal, y lo segundo lo que más se aleja de ella. El gran filósofo de esta teoría es Platón. Pero es en Aristóteles donde consigue su mejor expresión, cuando divide las formas de gobierno en puras (ideales) y las desviadas (las más comunes en la actualidad presente). De esta manera la monarquía es el ideal perfecto e incorruptible del gobierno unipersonal, de la cual se deriva la forma desviada que conocemos como tiranía, más común en la actualidad presente, pero no por ello más real que la noción ideal de monarquía.
Todo esto es concluyente de la filosofía sistemática de Aristóteles. Pero lo que me impresiona es la coherencia que existe dentro de la cultura clásica ya desde sus primeros siglos. Hesíodo, que no era ningún filósofo, sin necesidad de reflexión sistemática, logra comprender a la perfección las nociones fundacionales del espíritu de la cultura de la cual forma parte. Una cultura theleológica: es decir, concentrada en lograr en la actualización presente una similitud con las ideas universales de las cosas, igualmente presentes. No se trata de ningún progreso, ni avance. Tal idea es ajena al pensamiento clásico. Se trata de ajustar la verdad material a la verdad ideal, en una lucha diaria que no tiene final, pues no se trata de asegurar un mejor futuro, sino de hacer virtuoso al presente. En el caso que nos compete, de cómo el monarca puede imitar al dios de quien procede, Zeus, o alejarse de él y convertirse en un tirano. Incluso resulta hermoso ver cómo el ideal del buen rey comprende a un hombre que habla con precisión y dulzura (además inspirado por las musas, como si gobernar fuera, de hecho, un arte), resolviéndo los conflictos sociales presentes de la manera más justa y rápida. Queda demasiado claro cómo para los antiguos griegos la política era un arte retórico, que requería del convencer, hablar, expresar, y no de ordenar, condenar o castigar, como es el caso de los despotismos orientales. El tirano desviado actúa de la segunda forma; el buen rey de la primera.
La mención de Spengler en el inicio del texto es sólo para señalar la curiosidad de su filosofía. Dentro de su marco de ideas, Aristóteles no inventó nada que ya no haya estado presente en la cultura clásica. Tan sólo es el más exhaustivo de los descifradores de los principios fundacionales de su propia cultura, como lo es Kant para la civilización moderna occidental.
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