lunes, 14 de junio de 2010

Por qué no soy Demócrata

Para responder esta pregunta voy a pedir, con su permiso, ayuda a una de las autoridades más formidables en materia de teoría democrática, cuyas palabras hablan por sí mismas. Alexis de Tocqueville escribe en Democracia en América:

"Se comprende que la centralización gubernamental adquiere una fuerza inmensa cuando se añade a la centralización administrativa. De esta manera acostumbra a los individuos a hacer abstracción completa y continua de su voluntad; a obedecer, no ya una vez y sobre un punto, sino en todo y todos los días. Entonces, no solamente los doma por la fuerza, sino que también los capta por sus costumbres; los aísla y se apodera de ellos uno por uno entre la masa común." (pg. 97)

"Pero creo que la centralización administrativa no es propia sino para enervar a los pueblos que se someten a ella, porque tiende sin cesar a disminuir entre ellos el espíritu de ciudad. La centralización administrativa logra, es verdad, reunir en una época dada, y en cierto lugar, todas las fuerzas disponibles de la nación, pero perjudica la reproducción de las fuerzas. La hace triunfar el día del combate, y disminuye a la larga su poder. Puede, pues, concurrir admirablemente a la grandeza pasajera de un hombre y no a la prosperidad durable de un pueblo." (pg. 98)

"Un poder central, por ilustrado y sabio que se le imagine, no puede abarcar por sí sólo todos los detalles de la vida de un gran pueblo. No lo puede, porque tal trabajo excede las fuerzas humanas. Cuando él quiere, por su solo cuidado, crea y hace funcionar tanto resortes diversos, se contenta con un resultado muy incompleto, o se agota en inputiles esfuerzos." (pg. 100)

"¿Cómo descansa la libertad de las cosas grandes en una multitud que no ha aprendido a servirse de ella en las pequeñas?
¿Cómo resistir a la tiranía en un país en que cada individuo es débil, y en donde los individuos no están reunidos por un interés común?" (pg. 104)


En este cuerpo pequeño de ideas está condensado el argumento central de por qué no soy demócrata en general, y de por qué no estuve de acuerdo con el programa de reforma de salud de Obama-Pelosi en particular. No niego que el sistema de salud norteamericano actual sufre de problemas considerables que deben ser atacados políticamente. El mercado actual se ha demostrado insuficiente. Pero reflexionemos un poco sobre la solución demócrata al problema. La legislación aprobada hace tan sólo unos meses centraliza en manos del Estado Federal la administración de los programas de seguro de salud de todos los Estados Unidos, incrementando en varios miles la cantidad de burócratas que tendrán que asumir tal responsabilidad, más el gasto público que lo acompaña. Gasto público de por sí no es necesariamente malo, a diferencia de como creen algunos economistas neoclásicos; pero el incremento excesivo de la burocracia si tiene consecuencias perjudiciales para el porvenir de cualquier república democrática.

La solución demócrata es centralizar, lo cual equivale a alejar aún más las decisiones de interés público de los primeros interesados: los ciudadanos norteamericanos. El fin último es asegurar la salud indispensable a todos los ciudadanos, y eliminar de una vez por todas la injusticia de una mala salud. Es decir, asegurar a los menos favorecidos por la suerte. Tal fin parece ser sin duda muy noble. ¿Pero a qué costo? ¿Estamos dispuesto a sacrificar el porvenir de toda una república para asegurar momentáneamente el bienestar de sólo algunos? ¿Es tal decisión racional y/o moral cómo se ha querido que creamos? Mi opinión ante tal cuestionamiento es clara: la libertad política de una república es un bien superior y trascendente, ante la salud de sus individuos particulares. El bien común se antepone al bien privado.

No soy demócrata porque temo que el Poder Federal, creciendo sin parar desde F. D. R., algún día sea indestructible, y abrume por completo las fuerzas conjuntas de los ciudadanos libres. No se equivoquen; la historia da giros repentinos, y el aparato burocrático de control centralizado que hoy en día se construye en los Estados Unidos puede muy bien servir los intereses de un futuro tirano. ¿Quién sabe? Los griegos y los romanos también tuvieron siglos de libertad, y el sueño concluyó con la tiranía de la monarquía macedónica primero y con la de los césares después. ¿Qué nos hace creer que nuestra cultura, o los Estados Unidos, son inmunes a los cambios repentinos de la historia? En Venezuela hace unas décadas se creía imposible una tiranía socialista: allí la vemos hoy.

El partido demócrata, tanto como el ala neoconservadora del partido republicano, ambos tienen una tendencia a centralizar funciones administrativas en el Poder Federal. Ambos quieren solucionar los problemas nacionales con grandes coluciones burocráticas. Tocqueville lo plantea muy bien "De esta manera acostumbra a los individuos a hacer abstracción completa y continua de su voluntad; a obedecer, no ya una vez y sobre un punto, sino en todo y todos los días." A medida que el Poder Federal se apropia de funciones administrativas, está quitando a la base de los ciudadanos la capacidad de, por ellos mismos, asumir tales responsabilidades. Si bien es verdad que la centralización resuelve el problema inmediato, también es una verdad histórica que "la centralización administrativa no es propia sino para enervar a los pueblos que se someten a ella, porque tiende sin cesar a disminuir entre ellos el espíritu de ciudad." Y ni siquiera el argumento utilitario vale la pena pues "un poder central, por ilustrado y sabio que se le imagine, no puede abarcar por sí sólo todos los detalles de la vida de un gran pueblo."

Nunca demos la libertad por dada. Siempre existen amenazas y enemigos, y siempre existirán. Resolver todo a la forma europea, concediéndole al Estado central la administración más amplia de la cosa pública, cediendo entonces nuestro poder de administrarnos a nivel local, es crear la estructura sobre la cual cualquier tirano del futuro puede sencillamente acabar con la libertad. El bienestar social no justifica jamás una disminución de la libertad. Al menos no en una república de ciudadanos libres. El absolutismo del bienestar social es para pueblos de súbditos, que sacrifican el valor trascendente de su libertad, a un poder extraño que le facilita todos los aspectos de su vida. Es un canje de libertad por seguridad. Los grandes pueblos son siempre libres, los pueblos pequeños disfrutan de los grandes monarcas y tiranos. En pocas palabras, los demócratas, con su ideología welferista, fundamentada en principios morales aparentemente justos, socavan la base sobre la cual toda la libertad estadounidense se construye: la autonomía de los Estados y el poder de los ciudadanos reunidos. Mejorar el bienestar general no es un objetivo lo suficientemente valeroso como para poner en riesgo la tradición de la libertad republicana. Por eso no puedo ser demócrata, y por ese mismo motivo no siento ningún aprecio por las tendencias centralizadoras de la pasada administración Bush. Es necesario un cambio de liderazgo en el partido republicano. Los demócratas no tienen solución.

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