jueves, 31 de diciembre de 2009
martes, 22 de diciembre de 2009
El Avatar de Cameron
Anoche vi una película que tenía meses esperando, y que temía me fuera a decepcionar. Les hablo de la nueva superproducción de Hollywood Avatar, y lo digo ahora con toda franqueza, Cameron sabe hacer películas, y mejor aún, sabe contar historias. No sólo por haber sido el creador de las series de Terminator y Aliens (entre mis preferidas), luego director de la espectacular Titanic, pues Avatar transporta hasta un mundo de fantasía psicodélica donde habitan unos indígenas muy extraños y criaturas de sueños antes que de cualquier otra cosa, y al final de la proyección, hemos creído toda la historia. Y es que allí reside el gran talento de James Cameron, que, además de ser un hombre con una imaginación tremenda, es un magnífico contador de historias. Lo admito, temía que la película no me fuera a gustar, porque al ver los cortos la vi demasiado extravagante. Pero la experiencia de la película es sensacional. Y no se trata sólo de efectos, para los que no creemos que una película efectista ya hace el trabajo. Puede que sea la película más cara del cine, pero la historia que nos cuenta tiene una pasión humana que termina siendo completamente conmovedora. Al final es una historia que habla de nosotros, los seres humanos; es una metáfora de la colonización, desde los tiempos de Carlomagno, pasando por la conquista de América, la expansión al Oeste por parte de los Estados Unidos y la colonización de África por las potencias europeas. Todo está allí. Y como es lógico en nuestro corazones educados con valores cristianos, tendemos a ponernos de lado de los oprimidos.
Véanla. No se arrepentirán.
viernes, 18 de diciembre de 2009
El cristiano moderno
"De mi diré que soy un hijo del siglo [XIX], un hijo de la incredulidad y de la duda, y (lo sé muy bien) lo seré hasta la tumba. Qué terribles tormentos me causa ahora esta sed de creer que es tanto más fuerte en mi alma cuanto más numerosos son los argumentos en contra. Y, sin embargo, Dios me envía a veces minutos de completa serenidad. En estos momentos es cuando hago una profesión de fe en la que todo es claro y sagrado. Esta profesión de fe es muy sencilla; hela aquí: creer que no hay nada más hermoso, profundo, simpático, razonable, valiente ni perfecto que Cristo. No solamente no hay más que esto, sino que -me lo digo con celoso amor- no puede haberlo. Mejor aún: si alguien me hubiera probado que Cristo está fuera de la verdad, y si hubiera realmente probado que la verdad está fuera de Cristo, hubiera preferido estar con Cristo antes que con la verdad"
Estas profundamente honestas palabras de Dostoievski, hasta ahora mi escritor preferido, reflejan con un talento tremendo la condición del cristiano moderno. Esta aceptación ciega del dogmatismo por encima de la verdad, esta afirmación de la fe por encima de la razón es el callejón sin salida al que se enfrenta todo occidental mínimamente crítico. Pues hay los que dejan el tema de lado, lo ignoran, y se despreocupan en diversiones y frivolidades. Pero hay los que no podemos rechazar el tema, y que le damos vuelta al asunto, y nos damos cuenta que toda la ciencia, toda la voluntad de verdad, todo el esfuerzo de la razón, al final no responden a la persona humana ninguna de las preguntas verdaderamente importantes, que son las preguntas cuyas respuestas le dan un sentido a la vida. El nihilismo, la aceptación conciente del absurdo de la vida, nos lleva a desperdiciarla en placeres mundanos o abrazar ideologías autodestrictivas que amargan nuestra existencia y la de los demás.
Vuelvo a citar a Nietszche, "Dios ha muerto", y yo agregaría que es, quizá, el acontecimiento más desalentador y desafortunado de toda la modernidad. El ejemplo de Cristo hoy en día es sustituido por éxitos de mercadeo como el "Evangelio de Judas", "El código da Vinci", los "Evangelios apócrifos" que la Iglesia Católica esconde tan maliciosamente, y toda una serie de literatura new age que le hace a las personas muchísimo daño. A gente que depositan su esperanza de vida en Cristo, que viven felices por su fe, y que día a día son atacados por una cultura materialista, la madre del consumismo, y son agredidos a donde vayan, tildados de retrógrados, atrasados, supersticiosos, engañados y hasta ignorantes. Esta es una verdad que es más presente en unos países que en otros, más en Europa que en América.
De todo esto el cristiano vuelve a surgir como una figura de martirio, no ya como en los tiempos de Nerón que eran perseguidos y echados a morir en el circo, sino como personas comunes cuyas creencias son todos los días, a toda hora, bombardeada por una cultura que genera, sin lugar a dudas, una terrible contradicción interna. De todos los argumentos racionalista, cientificista, psicoanalista y materialista, sólo se logran responder ciertas verdades de la condición humana. Pero las grandes preguntas quedan en vacío. El resultado es el cada vez peor relativismo ético que se reproduce en nuestra civilización, y que se resume brillantemente con la frase de Kirilov, uno de los personajes más enigmáticos de la novela de Dostoievski Los Demonios, cuando llega a la cinclusión de que "Si Dios no existe, yo soy Dios". Kirilov se suicida, y parece el curso de acción que estamos tomando los occidentales.
Estas profundamente honestas palabras de Dostoievski, hasta ahora mi escritor preferido, reflejan con un talento tremendo la condición del cristiano moderno. Esta aceptación ciega del dogmatismo por encima de la verdad, esta afirmación de la fe por encima de la razón es el callejón sin salida al que se enfrenta todo occidental mínimamente crítico. Pues hay los que dejan el tema de lado, lo ignoran, y se despreocupan en diversiones y frivolidades. Pero hay los que no podemos rechazar el tema, y que le damos vuelta al asunto, y nos damos cuenta que toda la ciencia, toda la voluntad de verdad, todo el esfuerzo de la razón, al final no responden a la persona humana ninguna de las preguntas verdaderamente importantes, que son las preguntas cuyas respuestas le dan un sentido a la vida. El nihilismo, la aceptación conciente del absurdo de la vida, nos lleva a desperdiciarla en placeres mundanos o abrazar ideologías autodestrictivas que amargan nuestra existencia y la de los demás.
Vuelvo a citar a Nietszche, "Dios ha muerto", y yo agregaría que es, quizá, el acontecimiento más desalentador y desafortunado de toda la modernidad. El ejemplo de Cristo hoy en día es sustituido por éxitos de mercadeo como el "Evangelio de Judas", "El código da Vinci", los "Evangelios apócrifos" que la Iglesia Católica esconde tan maliciosamente, y toda una serie de literatura new age que le hace a las personas muchísimo daño. A gente que depositan su esperanza de vida en Cristo, que viven felices por su fe, y que día a día son atacados por una cultura materialista, la madre del consumismo, y son agredidos a donde vayan, tildados de retrógrados, atrasados, supersticiosos, engañados y hasta ignorantes. Esta es una verdad que es más presente en unos países que en otros, más en Europa que en América.
De todo esto el cristiano vuelve a surgir como una figura de martirio, no ya como en los tiempos de Nerón que eran perseguidos y echados a morir en el circo, sino como personas comunes cuyas creencias son todos los días, a toda hora, bombardeada por una cultura que genera, sin lugar a dudas, una terrible contradicción interna. De todos los argumentos racionalista, cientificista, psicoanalista y materialista, sólo se logran responder ciertas verdades de la condición humana. Pero las grandes preguntas quedan en vacío. El resultado es el cada vez peor relativismo ético que se reproduce en nuestra civilización, y que se resume brillantemente con la frase de Kirilov, uno de los personajes más enigmáticos de la novela de Dostoievski Los Demonios, cuando llega a la cinclusión de que "Si Dios no existe, yo soy Dios". Kirilov se suicida, y parece el curso de acción que estamos tomando los occidentales.
martes, 15 de diciembre de 2009
Utilitarismo y avaricia
Recojo de la literatura universal el siguiente pasaje:
"Los avaros no creen en la otra vida; el presente lo es todo para ellos. Esta reflexión ilumina con toda claridad la época actual, en la que el dinero domina más que nunca las leyes, la política y las costumbres. Instituciones, hombres, libros y doctrinas, todos conspira contra la vida futura sobre la que se apoya el edificio social desde hace mil ochocientos años. Ahora la tumba es un tránsito que no preocupa. El porvenir que nos espera después del 'Requiem' ha sido transportado al presente. Llegar por fas o por nefas al paraíso terrestre del lujo y los goces vanos; petrificar el corazón y macerar el cuerpo para obtener posesiones pasajeras, como antes se sufría para obtener los bienes eternos, es el único pensamiento general, pensamiento escrito por los demás en todas partes, hasta en las leyes, las cuáles preguntan al legislador: '¿Qué pagas tú?'; en lugar de decirle: '¿Qué piensas?'. Cuando esa doctrina haya pasado de la burguesía al pueblo, ¿qué será del país?" (Balzac: 1833)
Y lo que en el siglo XIX era una mera preocupación, se realizó con total plenitud en el siglo XX. El deseo materialista del burgués penetró con fuerza feroz el corazón del pueblo, del proletariado, a través del socialismo digo yo, que disfrazándose de idea de redención humana, no logró otra cosa que alimentar aún más el deseo consumista de poseer. La transferencia es clara. El mundo mató al Dios cristiano, como Nietszche lo sentenció, y en su lugar puso al Dios dinero, como Balzac ya lo auguró, y del cual Jesús de Nazaret nos advirtió hace ya dos mil años. Cuando se había creído que el alma era la prisión del cuerpo, idea que nació en la Ilustración, pero que no fue sino con Marx que se auto concientizó, la experiencia del siglo XX, y más aún la del naciente siglo XXI, dan la razón de vuelta a Platón y al cristianismo. No compañeros, el cuerpo es la prisión del alma.
Y he aquí que yo culpo de este error tan grave de la modernidad a la filosofía ética del utilitarismo, idea que no comprende dentro de sus conclusiones la posibilidad del sacrificio honesto. En vista de ello enaltecen la sinceridad del egoísmo, egoísmo que creyéndose inevitable ha dejado de lado cualquier idea de virtud, lo cual no es más que una degradación de la condición humana, y la capacidad del hombre de superar sus propias inclinaciones. Esta idea, compañeros, haciéndose pasar por una filosofía de la verdad ética, ha desencadenado la peor quimera de nuestro tiempo: el nihilismo; lo que Camus llamó el absurdo. Y esta idea, imponiéndose como criterio de verdad desde Hobbes, su primer iniciador, pero cuyos más aterradores exponentes son Bentham y Franklin, no ha descubierto, como se cree, al ser humano como un ser inevitablemente egoísta, lo cual es un error de concepto (el hombre sí es capaz del sacrificio honesto), sino que habiendo creído descubrirlo, lo que ha hecho es fomentarlo. El resultado es nuestra actual cultura del consumismo, la degradación de la condición humana a la de un mero sujeto de producción y consumo, no muy diferente del ganado en este sentido.
Esto es un punto en común con mucha gente que reivindica el altruismo de la espiritualidad. Pero lo que yo quiero señalar es que este error que en la contemporaneidad se padece es culpa (utilizo la palabra culpa en todo su significado) de la filosofía ética del utilitarismo, y de su principal iniciador, el filósofo inglés Tomás Hobbes. Mi respuesta, estrictamente de carácter personal, pero que no por ello no sugiero a mis demás compañeros, es un retorno al cristianismo que hemos ido perdiendo. Hoy creo ser una persona de fe cristiana, pero con antecedentes muy marcados de ateísmo y nihilismo. Hoy creo que, en vista de mis dos experiencias (mi actual cristianismo frente a mi pasado nihilista), puedo afirmar con cierta autoridad empírica que el camino a la felicidad está en la búsqueda de Dios y de la virtud (especialmente de la virtud cristiana por excelencia: el amor), en contra posición a la degradante filosofía utilitarista que resume la condición humana a la de un mero sujeto de producción y consumo.
"Los avaros no creen en la otra vida; el presente lo es todo para ellos. Esta reflexión ilumina con toda claridad la época actual, en la que el dinero domina más que nunca las leyes, la política y las costumbres. Instituciones, hombres, libros y doctrinas, todos conspira contra la vida futura sobre la que se apoya el edificio social desde hace mil ochocientos años. Ahora la tumba es un tránsito que no preocupa. El porvenir que nos espera después del 'Requiem' ha sido transportado al presente. Llegar por fas o por nefas al paraíso terrestre del lujo y los goces vanos; petrificar el corazón y macerar el cuerpo para obtener posesiones pasajeras, como antes se sufría para obtener los bienes eternos, es el único pensamiento general, pensamiento escrito por los demás en todas partes, hasta en las leyes, las cuáles preguntan al legislador: '¿Qué pagas tú?'; en lugar de decirle: '¿Qué piensas?'. Cuando esa doctrina haya pasado de la burguesía al pueblo, ¿qué será del país?" (Balzac: 1833)
Y lo que en el siglo XIX era una mera preocupación, se realizó con total plenitud en el siglo XX. El deseo materialista del burgués penetró con fuerza feroz el corazón del pueblo, del proletariado, a través del socialismo digo yo, que disfrazándose de idea de redención humana, no logró otra cosa que alimentar aún más el deseo consumista de poseer. La transferencia es clara. El mundo mató al Dios cristiano, como Nietszche lo sentenció, y en su lugar puso al Dios dinero, como Balzac ya lo auguró, y del cual Jesús de Nazaret nos advirtió hace ya dos mil años. Cuando se había creído que el alma era la prisión del cuerpo, idea que nació en la Ilustración, pero que no fue sino con Marx que se auto concientizó, la experiencia del siglo XX, y más aún la del naciente siglo XXI, dan la razón de vuelta a Platón y al cristianismo. No compañeros, el cuerpo es la prisión del alma.
Y he aquí que yo culpo de este error tan grave de la modernidad a la filosofía ética del utilitarismo, idea que no comprende dentro de sus conclusiones la posibilidad del sacrificio honesto. En vista de ello enaltecen la sinceridad del egoísmo, egoísmo que creyéndose inevitable ha dejado de lado cualquier idea de virtud, lo cual no es más que una degradación de la condición humana, y la capacidad del hombre de superar sus propias inclinaciones. Esta idea, compañeros, haciéndose pasar por una filosofía de la verdad ética, ha desencadenado la peor quimera de nuestro tiempo: el nihilismo; lo que Camus llamó el absurdo. Y esta idea, imponiéndose como criterio de verdad desde Hobbes, su primer iniciador, pero cuyos más aterradores exponentes son Bentham y Franklin, no ha descubierto, como se cree, al ser humano como un ser inevitablemente egoísta, lo cual es un error de concepto (el hombre sí es capaz del sacrificio honesto), sino que habiendo creído descubrirlo, lo que ha hecho es fomentarlo. El resultado es nuestra actual cultura del consumismo, la degradación de la condición humana a la de un mero sujeto de producción y consumo, no muy diferente del ganado en este sentido.
Esto es un punto en común con mucha gente que reivindica el altruismo de la espiritualidad. Pero lo que yo quiero señalar es que este error que en la contemporaneidad se padece es culpa (utilizo la palabra culpa en todo su significado) de la filosofía ética del utilitarismo, y de su principal iniciador, el filósofo inglés Tomás Hobbes. Mi respuesta, estrictamente de carácter personal, pero que no por ello no sugiero a mis demás compañeros, es un retorno al cristianismo que hemos ido perdiendo. Hoy creo ser una persona de fe cristiana, pero con antecedentes muy marcados de ateísmo y nihilismo. Hoy creo que, en vista de mis dos experiencias (mi actual cristianismo frente a mi pasado nihilista), puedo afirmar con cierta autoridad empírica que el camino a la felicidad está en la búsqueda de Dios y de la virtud (especialmente de la virtud cristiana por excelencia: el amor), en contra posición a la degradante filosofía utilitarista que resume la condición humana a la de un mero sujeto de producción y consumo.
miércoles, 9 de diciembre de 2009
Reflexiones sobre el republicanismo
Si de republicanismo y ciudadanía queremos hablar, no podemos comenzar por ningún otro lugar que no sea en los autores clásicos, especialmente en Roma. Y es por ello que traigo a colación una frase que recientemente leí en Tito Livio, y que, de alguna manera, resume el grueso de la teoría republicana desde Maquiavelo hasta nuestros días.
Delegados de Locros se presentan ante el Senado Romano a protestar por las actitudes del legado militar Pleminio, dejado a cargo de la guarnición por Cornelio Escipión luego de la expulsión de dicha ciudad de los invasores cartagineses, y su representante, el más anciano, dice:
"Resulta difícil establecer cuál de las dos eventualidades es más detestable para una ciudad: cuando los enemigos la toman durante la guerra, o cuando un tirano funesto la oprime con la violencia y con las armas. Todo lo que padecen las ciudades tomadas lo hemos padecido y lo estamos padeciendo más que nunca, padres conscriptos; todas las atrocidades que cometen los más crueles e inhumanos tiranos contra los ciudadanos oprimidos las ha cometido Pleminio contra nosotros, nuestros hijos y nuestras hijas" (Tito Livio, XXIX, 17, 19)
Sé que tiendo a utilizar mucho a Livio, pero no salgo de mi impresión cada vez que pesco una de estas poderosas afirmaciones de implicaciones mucho más profundas para el debate político de lo que a primera vista se puede ver. He aquí el debate sobre la libertad y he aquí la respuesta que nos dan los antiguos. Tomás Hobbes, el filósofo inglés, es el gran enemigo de esta tradición de pensamiento. Fue su verdugo en el siglo XVII, y todavía hoy existen sus defensores.
Compañeros, la verdad es que la noción de libertad negativa, es decir, la idea de que la libertad es el margen de la voluntad para actuar de acuerdo a sí misma sin interferencias extrañas es sencillamente una gran equivocación. Y una de las más bajas de las equivocaciones de la modernidad para el conocimiento, en vista de que buena parte del pensamiento moderno liberal y de sus ramas utilitaristas se fundamenta en este terrible error. La libertad no es el reino de las inclinaciones y su realización. No es en el individuo donde la libertad se encuentra. Es en la comunidad política, y es que la libertad es un fenómeno netamente político, no individual. La libertad se disfruta públicamente, no en el espacio privado. Cuando un semejante, cuando una persona igual a ti es oprimida, maltratada, vejada, esclavizada, eso también representa un acto de violación de tú persona, porque la libertad de nuestros semejantes, compañeros en la ciudadanía, es también nuestra libertad como personas. Por eso la idea liberal de vivir libres en nuestros hogares sin interferencia del Estado no es más que un prejuicio burgués.
Dos son los enemigos de la libertad tanto de una comunidad como de la persona en su individualidad. Los tiranos y las potencias extranjeras. No se es libre cuando se tiene a algunos como dueños. No se es libre cuando en tú país, aunque disfrutes de amplia licencia para hacer lo que la voluntad te dicte (como en Venezuela), está gobernado por un grupo de sujetos que a voluntad te pueden oprimir. Rescato del liberalismo su intención republicana, la idea de la ley como contención a la arbitrariedad, no para proteger los derechos de un individuo que no existe, sino para prohibir bajo cualquier circunstancia una relación de dominación donde unos se conviertan en dueños de otros. ¿Y qué es un tirano si no el amo de un país de esclavos? La libertad se trata de no tener dueño, por más pataletas que den los libertarios seguidores de Hobbes. No se trata de amplios márgenes de realización de la voluntad. Eso es una ficción; ya lo demostró así Kant. Se trata de compartir un país con semejantes a los cuales llamar ciudadanos porque ninguno es propiedad de la voluntad de nadie más. Y es a este principio al que debemos apelar.
Delegados de Locros se presentan ante el Senado Romano a protestar por las actitudes del legado militar Pleminio, dejado a cargo de la guarnición por Cornelio Escipión luego de la expulsión de dicha ciudad de los invasores cartagineses, y su representante, el más anciano, dice:
"Resulta difícil establecer cuál de las dos eventualidades es más detestable para una ciudad: cuando los enemigos la toman durante la guerra, o cuando un tirano funesto la oprime con la violencia y con las armas. Todo lo que padecen las ciudades tomadas lo hemos padecido y lo estamos padeciendo más que nunca, padres conscriptos; todas las atrocidades que cometen los más crueles e inhumanos tiranos contra los ciudadanos oprimidos las ha cometido Pleminio contra nosotros, nuestros hijos y nuestras hijas" (Tito Livio, XXIX, 17, 19)
Sé que tiendo a utilizar mucho a Livio, pero no salgo de mi impresión cada vez que pesco una de estas poderosas afirmaciones de implicaciones mucho más profundas para el debate político de lo que a primera vista se puede ver. He aquí el debate sobre la libertad y he aquí la respuesta que nos dan los antiguos. Tomás Hobbes, el filósofo inglés, es el gran enemigo de esta tradición de pensamiento. Fue su verdugo en el siglo XVII, y todavía hoy existen sus defensores.
Compañeros, la verdad es que la noción de libertad negativa, es decir, la idea de que la libertad es el margen de la voluntad para actuar de acuerdo a sí misma sin interferencias extrañas es sencillamente una gran equivocación. Y una de las más bajas de las equivocaciones de la modernidad para el conocimiento, en vista de que buena parte del pensamiento moderno liberal y de sus ramas utilitaristas se fundamenta en este terrible error. La libertad no es el reino de las inclinaciones y su realización. No es en el individuo donde la libertad se encuentra. Es en la comunidad política, y es que la libertad es un fenómeno netamente político, no individual. La libertad se disfruta públicamente, no en el espacio privado. Cuando un semejante, cuando una persona igual a ti es oprimida, maltratada, vejada, esclavizada, eso también representa un acto de violación de tú persona, porque la libertad de nuestros semejantes, compañeros en la ciudadanía, es también nuestra libertad como personas. Por eso la idea liberal de vivir libres en nuestros hogares sin interferencia del Estado no es más que un prejuicio burgués.
Dos son los enemigos de la libertad tanto de una comunidad como de la persona en su individualidad. Los tiranos y las potencias extranjeras. No se es libre cuando se tiene a algunos como dueños. No se es libre cuando en tú país, aunque disfrutes de amplia licencia para hacer lo que la voluntad te dicte (como en Venezuela), está gobernado por un grupo de sujetos que a voluntad te pueden oprimir. Rescato del liberalismo su intención republicana, la idea de la ley como contención a la arbitrariedad, no para proteger los derechos de un individuo que no existe, sino para prohibir bajo cualquier circunstancia una relación de dominación donde unos se conviertan en dueños de otros. ¿Y qué es un tirano si no el amo de un país de esclavos? La libertad se trata de no tener dueño, por más pataletas que den los libertarios seguidores de Hobbes. No se trata de amplios márgenes de realización de la voluntad. Eso es una ficción; ya lo demostró así Kant. Se trata de compartir un país con semejantes a los cuales llamar ciudadanos porque ninguno es propiedad de la voluntad de nadie más. Y es a este principio al que debemos apelar.
lunes, 7 de diciembre de 2009
Venezuela colonizada
A lo que voy: Chávez hace un viaje inesperado a Cuba, pasa algunas horas reunido con Fidel y con Raúl, y a la mañana siguiente regresa a Venezuela anunciando la intervención de cuatro pequeños bancos privados y el arresto de Ricardo Fernández, el chivo expiatorio que carga con toda la culpa protegiendo a sus verdadero colaboradores. Algunos días después se interviene otro grupo de bancos similares. Todos propiedad de reconocidos chavistas, todos con la gran mayoría de sus depósitos por parte del Estado. El gobierno interviene y el dinero ha desaparecido. Los corruptos le han robado a toda la nación, y el oficialismo cierra las santamarías dejando a los privados particulares sin su dinero. Ayer el presidente anuncia la destitución de Jesse Chacón, uno de los colaboradores más cercanos de Chávez. ¿Por qué? Estos casos de corrupción ya llevan cinco años siendo denunciados por la oposición. ¿Qué elemento fue determinante para que Chávez de la noche a la mañana comience una purga en los elementos más confiables de su gobierno? Y de hecho la decisión fue de a noche a la mañana, fue en esa noche en la que Chávez se reúne personalmente con Fidel y Raúl Castro en Cuba.
Mi deducción de todo este asunto es que, lo que ya se conoce, que los cubanos están infiltrados en Venezuela hasta el cuello, especialmente en las agencias de seguridad, está profundizándose en una suerte de fase final. Los cubanos, que tienen un control psicológico sobre el presidente Chávez, ya bien sea porque Fidel lo tiene colonizado ideológicamente, bien sea porque Chávez está enamorado de Fidel (tesis que suena descabellada, pero puede ser verdad), están terminando de tomar el control de todo el Estado Venezolano. No sólo nos exprimen nuestras riquezas, sino que, además, han comenzado una purga donde los más cercanos colaboradores del presidente, el chavismo endógeno independiente de la dominación de los cubanos, está siendo desplazado del poder. El profesionalismo de los organismos de inteligencia cubanos puede que tengan desarticulados al sector armado nacional, o a cualquier forma de brazo armado de la revolución, con lo cual se aseguran tener el control de país para continuar robando nuestros recursos. Con esta suerte de nuevo colonialismo, que todavía está en hipótesis y quedará para el futuro descifrar lo que realmente está sucediendo, la pieza fundamental que sostiene todo el sistema es el presidente Chávez, el cual se ha subordinado plenamente a la opinión de Fidel Castro, lo cual en lenguaje común se llama traición a la patria.
La próxima confrontación de consecuencias políticamente sensibles son las elecciones del 2010. Veamos qué sucede, y si los cubanos aceleran su esquema de colonización en vista a una posible derrota electoral del oficialismo o a la patente desestabilización del sistema, ocasionada por descontento popular en vista de la crisis de servicios públicos y la galopante inflación.
viernes, 4 de diciembre de 2009
Preludio 15 de Chopin
La música tiene muchos momentos, pero hoy quiero señalar uno muy breve. Uno de esos momentos que, dentro de la gigantesca constelación de la música universal, es a penas un punto minúsculo. Sin embargo, no por ser pequeño deja de ser grandioso. Hablo del Preludio número 15, también conocido como "Raindrop", de Chopin. Fue utilizado por Kurosawa, el célebre director de cine japonés, en su película titulada "Sueños", en la secuencia en la que el personaje principal ingresa en un universo formado por pinturas y grabados de Van Gogh; mi parte preferida de la película. Y es que de todas las piezas de Chopin, tantas tan maravillosa, el preludio 15 debe ser una de las más profundas piezas para piano.
Comienza con unas tonalidades de una ternura indescriptible: Precisamente como andar caminando por los alegres paisajes de Van Gogh. Y en un momento se transforma y se convierte en tonalidades oscuras, profundas, pasionales. Siento con esta pieza una conexión particular, un llamado a los momentos alegres de la vida, y a la oscuridad inherente del alma. Gran pieza, gran compositor.
Comienza con unas tonalidades de una ternura indescriptible: Precisamente como andar caminando por los alegres paisajes de Van Gogh. Y en un momento se transforma y se convierte en tonalidades oscuras, profundas, pasionales. Siento con esta pieza una conexión particular, un llamado a los momentos alegres de la vida, y a la oscuridad inherente del alma. Gran pieza, gran compositor.
martes, 1 de diciembre de 2009
Felicidad y Eudaimonía
Ultimamente me ha parecido que los antiguos estaban más claros que nosotros los modernos en varias cosas. Entre ellas la moral y su hermana gemela la felicidad. La palabra griega que nosotros traducimos por felicidad, no por su equivalencia de significado, pero por ser lo más cercano al uso común, es eudaimonía. Y si nos atenemos al significado, sociológicamente hablando, que los antiguos le daban a tal palabra, ya podremos descifrar algunas tendencias. No pretendo hacer una explicación exhaustiva de la eudaimonía; tan sólo establecer mi posición respecto del tema.
Etimológicamente eudaimonía quiere decir literalmente, más o menos, espíritu bueno (eu=bueno, daimon=espíritu). Y puede ser traducido con mayor precisión como estado de plenitud. Nuestro concepto de felicidad es lo que más se acerca a esto, pero temo decir que la noción griega es mucho más compleja. Antes de abordarla hablaré un poco sobre la noción más difundida de felicidad que existe en nuestra cultura, y que está asociada al tema de la libertad.
Sería totalmente errado establecer que la noción de felicidad, tanto como la de libertad, es algo homogéneo en nuestra tradición. Nada más lejano de la verdad, nuestra cultura, especialmente la académica, se caracteriza por permanecer en constante debate. Sin embargo la tesis más difundida en nuestra sociedad es la utilitaria. Para resumirlo de manera brutal, la racionalidad es nuestra capacidad para evaluar nuestras opciones de acuerdo con criterios de utilidad, es decir, de costo/beneficio. En tal medida nosotros hacemos una evaluación interna en lo que llamamos libre albedrío, y permanecemos libres mientras ésta evaluación toma lugar. Tan pronto como descubrimos nuestra preferencia de acuerdo con el criterio de racionalidad, tomamos la decisión y pasamos de la fase deliberativa a la fase de la praxis. En lenguaje hobbesiano, la voluntad libre no es más que la preferencia última luego de un proceso deliberativo. Ajustamos costos a beneficios, tomamos la decisión más conveniente y "voilà!", somos sujetos libres. Y si nuestro margen de opciones es amplio, entonces podemos ajustar mejor nuestras decisiones para incrementar el beneficio de los placeres (Stuart Mill establece la diferencia entre dos tipos de placeres, unos más profundos que otros, explicación que no deja de ser insuficiente para nosotros) y apartar de nosotros el costo de los dolores. De acuerdo a esta tesis, somos más felices en la medida en que nuestro libre albedrío tenga mayores opciones de escoger placeres y evitar dolores. Hechos los pendejos, los utilitaristas construían la base filosófica para la actual cultura consumista. Si vieron la hermosa película animada "Wall-E" entenderán con plena exactitud mi punto: cuando el protagonista encuentra a los humanos en una nave espacial, se topa con una sociedad de individuos alienados por completo en la ininterrumpida satisfacción de sus inclinaciones (en lenguaje kantiano), lo cual es, metafóricamente, el paraíso del utilitarismo. Esta caricatura es, de hecho, una buena imagen de lo que es el utilitarismo llevado a su máxima absoluta. Claro, nuestra sociedad no es del todo así, pero la exageración caricaturesca sirve para ilustrar los principios fundamentales de la teoría.
De de hecho la psicología simplista iniciada por Hobbes es o no fundamento de la libertad verdadera, o si la libertad pertenece más bien al universo de los imperativos categóricos de Kant, o a la autoconciencia de la historia de Hegel o de Marx, eso no me interesa en este momento. Mi tema en este escrito es sobre la felicidad de la persona. De aquí regreso a los antiguos, y a los motivos por los cuáles considero que los señores dela Antigua Grecia estaban más claros que nosotros, inteligencias humanas de más de dos mil años después.
Eudaimonía no sólo era felicidad entendida como ese estado emotivo de la persona en la que siente una suerte de plenitud momentánea. Eudaimonía denota, además, un estado de ánimo que es tanto interno (nuestra felicidad) como externo. Esta manifestación externa vincula a esa plenitud interna con el éxito y la prosperidad (no necesariamente material). Es decir, el ser feliz para los antiguos no es una cosa de momentos, sino un estadio de la vida que se manifiesta a todos los que lo ven. Esto que puede sonar un poco abstracto se ilustra muy bien en una anécdota que nos llega a través de Herodoto cuando Solón de Atenas visita al tirano de Lydia, Croeso. Según nos cuenta, Croeso, que para entonces era el rey del Egeo más rico y poderoso de todos, luego de mostrarle a Solón todas sus gigantescas riquezas, le preguntó (en vista de que creía del ateniense ser uno de los hombres más sabios) quién era el hombre más feliz del mundo. La trampa se nota con total claridad, pero Solón respondió algo totalmente inesperado para el tirano. El sabio le dijo con total sinceridad que consideraba a los hombres más felices a unos particulares de Atenas que habían tenido muertes honrosas y que habían vivido sus vidas gozando del aprecio y del amor de los demás, habiendo vivido por largos años hasta ver a sus hijos y a sus nietos crecer con salud y prosperidad. A Croeso esto le resultó una insolencia, pretender que unos pequeños hombrecillos de Atenas podían compararse con la grandeza de su reino. Pero con el tiempo la historia demostró que Solón estaba en lo correcto. El reino de Croeso fue invadido poco después por Ciro de Persia, y el rey lidio fue capturado y puesto en una hoguera. Justo antes de ser incinerado Croeso gritó al cielo el nombre de Solón, y entendió por completo lo que éste le quiso decir en aquél momento.
Esta historia es muy bella, pero además es muy útil para mi actual argumento. Desde un punto de vista utilitario, Croeso sin duda puede ser el hombre más feliz del mundo. Tenía las riquezas para incrementar y saciar sus inclinaciones y alejarse por completo del dolor. Sin embargo esto no le valió de nada porque al final perdió su reino por culpa de su imprudente ambición y fue humillado ante el cadalso por Ciro. En cambio aquellos pequeños ciudadanos atenienses habían logrado lo que los griegos llamaban eudaimonía. Para resumirlo, nuevamente de manera brutal, y de acuerdo con la tesis aristotélica donde yo me inscribo, la felicidad está íntimamente ligada con la práctica de lo que los griegos llamaban "arete", que nosotros traducimos como virtud. Sin embargo, y como es usual, la palabra griega es más compleja y de mayores implicaciones que la nuestra. De hecho arete quiere decir algo como excelencia. En la medida que uno practica virtudes, no sólo es beneficiario de los bienes que nos permiten, sino que, además, uno disfruta de cierta satisfacción al contemplar que las acciones de uno están hechas excelentemente. Esta excelencia, además, es reconocida visiblemente por los demás y el resultado es la admiración.
En definitiva, la eudaimonía significa que nuestra personalidad, es decir, quienes somos, se devela ante los demás en momentos de sobresaliente excelencia, lo cual sólo se logra a través de las virtudes. Este alcance de la eudaimonía es un estado de plenitud, no sólo de nuestras inclinaciones, lo cual no es muy diferente al simple consumo, sino de una plenitud espiritual y radiante que los demás pueden contemplar y reconocer, hasta el punto de tratar de imitar. La felicidad, como la entendían los antiguos, no era una mera experiencia subjetiva encerrada en el individuo. Era una manifestación externa de la personalidad que se compartía con los demás y que sólo se lograba a través de la arete, de la práctica conciente de las virtudes.
Yo he vivido esto. Lo viví recientemente en honor a mi graduación. La felicidad como plenitud del espíritu se logra a través de esa excelencia que te da solamente la práctica de las virtudes, cuando te reconocen por ser el primer promedio de la facultad, cuando te reconocen por tus méritos académicos, cuando tu familia y tus amigos te demuestran el orgullo que sienten por ti, cuando alcanzan el éxito como te lo habían planteado y en el momento de plenitud irradias la verdadera felicidad y alejas de ti la envidia y el rencor de los demás. Porque la envidia se siente hacia lo que los demás tienen, en tanto que consumen algo que uno no consume, entonces envidian. Pero los logros de la excelencia inspiran la emulación, y satisfacen el orgullo de los seres queridos. Esta última ecuación no existe en el utilitarismo, y es por ello que la considero una teoría muy pobre que no logra comprender la verdadera esencia de la condición humana, a diferencia de la lucidez de las teorías clásicas, especialmente la del grandiosísimo señor Aristóteles.
Etimológicamente eudaimonía quiere decir literalmente, más o menos, espíritu bueno (eu=bueno, daimon=espíritu). Y puede ser traducido con mayor precisión como estado de plenitud. Nuestro concepto de felicidad es lo que más se acerca a esto, pero temo decir que la noción griega es mucho más compleja. Antes de abordarla hablaré un poco sobre la noción más difundida de felicidad que existe en nuestra cultura, y que está asociada al tema de la libertad.
Sería totalmente errado establecer que la noción de felicidad, tanto como la de libertad, es algo homogéneo en nuestra tradición. Nada más lejano de la verdad, nuestra cultura, especialmente la académica, se caracteriza por permanecer en constante debate. Sin embargo la tesis más difundida en nuestra sociedad es la utilitaria. Para resumirlo de manera brutal, la racionalidad es nuestra capacidad para evaluar nuestras opciones de acuerdo con criterios de utilidad, es decir, de costo/beneficio. En tal medida nosotros hacemos una evaluación interna en lo que llamamos libre albedrío, y permanecemos libres mientras ésta evaluación toma lugar. Tan pronto como descubrimos nuestra preferencia de acuerdo con el criterio de racionalidad, tomamos la decisión y pasamos de la fase deliberativa a la fase de la praxis. En lenguaje hobbesiano, la voluntad libre no es más que la preferencia última luego de un proceso deliberativo. Ajustamos costos a beneficios, tomamos la decisión más conveniente y "voilà!", somos sujetos libres. Y si nuestro margen de opciones es amplio, entonces podemos ajustar mejor nuestras decisiones para incrementar el beneficio de los placeres (Stuart Mill establece la diferencia entre dos tipos de placeres, unos más profundos que otros, explicación que no deja de ser insuficiente para nosotros) y apartar de nosotros el costo de los dolores. De acuerdo a esta tesis, somos más felices en la medida en que nuestro libre albedrío tenga mayores opciones de escoger placeres y evitar dolores. Hechos los pendejos, los utilitaristas construían la base filosófica para la actual cultura consumista. Si vieron la hermosa película animada "Wall-E" entenderán con plena exactitud mi punto: cuando el protagonista encuentra a los humanos en una nave espacial, se topa con una sociedad de individuos alienados por completo en la ininterrumpida satisfacción de sus inclinaciones (en lenguaje kantiano), lo cual es, metafóricamente, el paraíso del utilitarismo. Esta caricatura es, de hecho, una buena imagen de lo que es el utilitarismo llevado a su máxima absoluta. Claro, nuestra sociedad no es del todo así, pero la exageración caricaturesca sirve para ilustrar los principios fundamentales de la teoría.
De de hecho la psicología simplista iniciada por Hobbes es o no fundamento de la libertad verdadera, o si la libertad pertenece más bien al universo de los imperativos categóricos de Kant, o a la autoconciencia de la historia de Hegel o de Marx, eso no me interesa en este momento. Mi tema en este escrito es sobre la felicidad de la persona. De aquí regreso a los antiguos, y a los motivos por los cuáles considero que los señores de
Eudaimonía no sólo era felicidad entendida como ese estado emotivo de la persona en la que siente una suerte de plenitud momentánea. Eudaimonía denota, además, un estado de ánimo que es tanto interno (nuestra felicidad) como externo. Esta manifestación externa vincula a esa plenitud interna con el éxito y la prosperidad (no necesariamente material). Es decir, el ser feliz para los antiguos no es una cosa de momentos, sino un estadio de la vida que se manifiesta a todos los que lo ven. Esto que puede sonar un poco abstracto se ilustra muy bien en una anécdota que nos llega a través de Herodoto cuando Solón de Atenas visita al tirano de Lydia, Croeso. Según nos cuenta, Croeso, que para entonces era el rey del Egeo más rico y poderoso de todos, luego de mostrarle a Solón todas sus gigantescas riquezas, le preguntó (en vista de que creía del ateniense ser uno de los hombres más sabios) quién era el hombre más feliz del mundo. La trampa se nota con total claridad, pero Solón respondió algo totalmente inesperado para el tirano. El sabio le dijo con total sinceridad que consideraba a los hombres más felices a unos particulares de Atenas que habían tenido muertes honrosas y que habían vivido sus vidas gozando del aprecio y del amor de los demás, habiendo vivido por largos años hasta ver a sus hijos y a sus nietos crecer con salud y prosperidad. A Croeso esto le resultó una insolencia, pretender que unos pequeños hombrecillos de Atenas podían compararse con la grandeza de su reino. Pero con el tiempo la historia demostró que Solón estaba en lo correcto. El reino de Croeso fue invadido poco después por Ciro de Persia, y el rey lidio fue capturado y puesto en una hoguera. Justo antes de ser incinerado Croeso gritó al cielo el nombre de Solón, y entendió por completo lo que éste le quiso decir en aquél momento.
Esta historia es muy bella, pero además es muy útil para mi actual argumento. Desde un punto de vista utilitario, Croeso sin duda puede ser el hombre más feliz del mundo. Tenía las riquezas para incrementar y saciar sus inclinaciones y alejarse por completo del dolor. Sin embargo esto no le valió de nada porque al final perdió su reino por culpa de su imprudente ambición y fue humillado ante el cadalso por Ciro. En cambio aquellos pequeños ciudadanos atenienses habían logrado lo que los griegos llamaban eudaimonía. Para resumirlo, nuevamente de manera brutal, y de acuerdo con la tesis aristotélica donde yo me inscribo, la felicidad está íntimamente ligada con la práctica de lo que los griegos llamaban "arete", que nosotros traducimos como virtud. Sin embargo, y como es usual, la palabra griega es más compleja y de mayores implicaciones que la nuestra. De hecho arete quiere decir algo como excelencia. En la medida que uno practica virtudes, no sólo es beneficiario de los bienes que nos permiten, sino que, además, uno disfruta de cierta satisfacción al contemplar que las acciones de uno están hechas excelentemente. Esta excelencia, además, es reconocida visiblemente por los demás y el resultado es la admiración.
En definitiva, la eudaimonía significa que nuestra personalidad, es decir, quienes somos, se devela ante los demás en momentos de sobresaliente excelencia, lo cual sólo se logra a través de las virtudes. Este alcance de la eudaimonía es un estado de plenitud, no sólo de nuestras inclinaciones, lo cual no es muy diferente al simple consumo, sino de una plenitud espiritual y radiante que los demás pueden contemplar y reconocer, hasta el punto de tratar de imitar. La felicidad, como la entendían los antiguos, no era una mera experiencia subjetiva encerrada en el individuo. Era una manifestación externa de la personalidad que se compartía con los demás y que sólo se lograba a través de la arete, de la práctica conciente de las virtudes.
Yo he vivido esto. Lo viví recientemente en honor a mi graduación. La felicidad como plenitud del espíritu se logra a través de esa excelencia que te da solamente la práctica de las virtudes, cuando te reconocen por ser el primer promedio de la facultad, cuando te reconocen por tus méritos académicos, cuando tu familia y tus amigos te demuestran el orgullo que sienten por ti, cuando alcanzan el éxito como te lo habían planteado y en el momento de plenitud irradias la verdadera felicidad y alejas de ti la envidia y el rencor de los demás. Porque la envidia se siente hacia lo que los demás tienen, en tanto que consumen algo que uno no consume, entonces envidian. Pero los logros de la excelencia inspiran la emulación, y satisfacen el orgullo de los seres queridos. Esta última ecuación no existe en el utilitarismo, y es por ello que la considero una teoría muy pobre que no logra comprender la verdadera esencia de la condición humana, a diferencia de la lucidez de las teorías clásicas, especialmente la del grandiosísimo señor Aristóteles.
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