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domingo, 14 de diciembre de 2008

La Democracia en Venezuela.

De Hamilton o Madison son estas palabras con respecto a la apelación al pueblo en materia constitucional: "puede considerarse como una objeción inherente al principio el que toda apelación al pueblo llevaría implícita la existencia en el gobierno de algún defecto, la frecuencia de estos llamados privaría al gobierno, en gran parte, de esa veneración que el tiempo presta a todas las cosas y sin la cual es posible que ni los gobiernos más sabios y libres poseerían nunca la estabilidad necesaria," (El Federalista, No. 49) y más adelante dicen que "el peligro de alterar toda tranquilidad general interesando demasiado las opiniones públicas, constituye una objeción todavía más seria contra la práctica de someter frecuentemente las cuestiones constitucionales a la decisión de toda la sociedad" (Ibid).

El oficialismo celebra que en Venezuela se consulte al pueblo con tanta frecuencia en los asuntos políticos. Independientemente de la naturaleza del proceso político y la manera como se llevan a cabo éstas consultas, se tiene la creencia dogmática de que la democracia como sistema político de participación en los asuntos públicos es la panacea del bien. Es un tema que me llama bastante la atención, porque se ha cree que mientras más se consulte al pueblo, mejor se están llevando a cabo los asuntos públicos. No debemos negar que esto sea una tradición democrática, y creo que sí es democracia. La pregunta que me hago es ¿necesariamente esto es bueno?
Sería una insensatez por parte de quien lo diga el tratar de negar la sabiduría de los Padres Fundadores, en mi opinión. Y de cierta manera los escritores del Federalista apostaban más por principios republicanos representativos que por la participación democrática. También eran otros tiempos, pero hay ciertas afirmaciones que, independientemente del contexto histórico, son potencialmente univerzalizables.
Con todo esto lo que quiero decir es que me parece que el orgullo democratizante del venezolano (fuera de su orientación oficialista u opositora) es pura ideología. El Presidente quiere ahora hacer una consulta para plantear nuevamente la reelección indefinida. Claro que además de ser inconstitucional, ¿es acaso sensato consultar con tanta frecuencia al pueblo para temas tan sensibles como la constitucionalidad?

Para concluir me gustaría presentar otras palabras de los escritores federalistas como muestra de la humildad y sensatez de su pensamiento: "A pesar del éxito que ha rodeado las revisiones de nuestras formas tradicionales de gobierno, éxito que tanto honra la virtud y la inteligencia del pueblo americano, debe confesarse que tales experimentos son demasiado delicados para repetirlos a menudo sin necesidad" (Ibid).

jueves, 20 de noviembre de 2008

Del Pesimismo al Nihilismo

1

A estos tiempos hemos llegado en que ninguna gloria, ninguna fortaleza, ninguna audacia es tomada por buena. Pretender lo grande es pretender lo odiado, por aquellos pequeños que recelan la grandeza ajena. Se impuso el modelo igualitario, se impuso la justicia de las masas, se impuso: la democracia.


2

Llegará el momento, y no muy lejano, en que el modelo democrático y sus ínfulas de progreso desencadenen su propia aniquilación. Progreso, la imagen mítica de la perfectibilidad humana, su valoración alocada de la vida y su desprecio negligente por la muerte; no ha sido más que la muerte de los grandes por la vida de los miserables. La democracia, la toma del poder por los más ineptos, los no pensantes, los mediocres, los menos malos.


3

¿Hasta dónde llega todo esto? ¿Cuánto más del transcurrir del sueño igualitario? ¡Esa gran mentira! ¡Gran ilusión! Hay una verdad del ser humano: su infinita desigualdad, su cruel realidad estratificada, su condición de subordinado a las dos fuerzas; a la naturaleza y al ser humano, a sí mismo; su propio amo es su propio esclavo. La explotación del hombre por el hombre, su ley universal de subsistencia, de convivencia, su condición inamovible, indestructible; sólo variable en la historia, en su modo, no en su esencia; la expresión de su gigantesca miseria material: su necesidad, su dependencia de lo externo. La revolución, el sueño iluso, su reacción de violencia, de frustración, frente a la miseria de su existencia y su impotencia para trascender, su fin, la nada.