martes, 30 de marzo de 2010

Wagner, la voz del espíritu


Dentro de todo, los grandes artistas tienden a ser unos excéntricos. Lo menciono a propósito de uno de mis músicos preferidos y, sin duda, uno de los personajes más extravagantes del siglo XIX alemán: Richard Wagner. No solo por ser demasiado famoso, pues, desde adolescente siempre me gustaron sus tonos y sus temas. La épica alcanza sus últimas consecuencias en la música de Wagner, autor que no le gusta a todo el mundo. En parte debe ser por que es demasiado alemán, y nosotros tendemos a estar acostumbrados a los cánones musicales italianos, más armoniosos y delicados. Por el contrario, Wagner es un rebelde, un alemán que lleva la música a las composiciones más monumentales, y a los temas más desproporcionados. Es, quizá, la desproporción de la música de Wagner lo que la hace más grandiosa.

Hasta hace unos meses estaba descontento porque las únicas piezas de Wagner que tenía disponible eran las versiones orquestadas de los momentos más famosos de su opera. Yo quería su opera. Algo me decía que, lo que era ya grandioso en las piezas orquestadas, en la opera iba a ser sencillamente espectacular. Y de hecho lo es. Una opera de Wagner es espíritu humano crudo elevado a su condición más sublime. Es impresionante, fascinante. Son tres las operas que estoy escuchando: Taanhäuser, la historia de un trovador medieval que se enamora de la diosa Venus; La Valkiria, leyenda antiquísima de cómo una conmovida hija de los dioses salva a un amor prohibido por el destino; y Parsifal, la última de las óperas de Wagner, sobre la solemne historia de la orden caballeresca del Santo Grial y las ambiciones de un rey maldito. Me encantaría avanzar sobre las próximas, pero no es nada fácil cuando cada una de estas obras alcanza fácilmente las tres horas y media. ¿No les había dicho que era monumental? La ópera no es fácil. No a todo el mundo le gusta. A mí tampoco me gustaba. No es tanto algo de gusto, es más un descubrimiento, alcanzar la capacidad para disfrutar una música tan maravillosa. Sin embargo, admito que la ópera de Wagner no es de las más fáciles, y que es sugerible comenzar con autores más amigables como Verdi o Puccini. Yo me quedo con Wagner.

Existe todo un prejuicio, bastante absurdo por lo demás, de que la música de Wagner es inspiradora del nacional socialismo, y que por tal hay que evitarla como perversa en algún punto. Nada más estúpido que pensar esto. Es cierto, la música puede ser utilizada con fines políticos, y también es cierto que la música de Wagner despierta sentimientos poderosos y a veces agresivos, pero es insensato tener tal prejuicio cuando la política se puede hacer de cualquier elemento, sin discriminar, para sus propios fines, y cuando el arte, por lo general, desde Goya hasta Cameron, tienen contenidos poderosos y agresivos. La experiencia estética no debe ser menospreciada por fenómenos sociales, por más indeseables que estos puedan ser. Los artistas pueden estar personalmente comprometidos con proyectos o ideas políticas cuestionables. Wagner era particularmente racista, pero Jacques-Louis David era colaborador del bonapartismo, Miguel Angel trabajó para Alejandro VI Borgia, Karajan fue nazi, Picasso era comunista bolchevique y Sean Penn hoy es chavista. Aquí es cuando uno comprende que la obra de arte trasciende al autor; se convierte en algo más. La opinión de que la actitudes de un autor son motivo para desacreditar su obra es una insensatez. Yo me quedo con Wagner, un músico universal que despierta las más grandiosas y fuertes emociones.

miércoles, 24 de marzo de 2010

La muerte del pobre Ivan Ilich


Acabo de terminar de leer La muerte de Ivan Ilich de León Tolstói. Es una novela corta, brevísima; de esas que se pueden terminar en una tarde. Esto no significa que me haya terminado Ana Karenina, novela larguísima; pero necesitaba cambiar un rato de historia. Volviendo a Ivan Ilich, la historia de un pequeño burgués, doctor en leyes y prestigioso juez, casado con una mujer insoportable, padre de dos hijos. Dentro de todo, su vida representa el estereotipo de la buena vida burguesa: estabilidad económica, comodidad, prestigio profesional, honestidad, familia, y por supuesto, hipocresía. De hecho Tolstói describe el mundo social y profesional en el que se desenvuelve su personaje de una manera bastante sarcástica y a veces sórdidamente crítica; sin embargo bastante prudente viniendo de un anarquista. Todo esto se acaba de la noche a la mañana por una ocurrencia tontísima, la cual no voy a rebelar. El hecho está que Ivan Ilich se enferma, y de esto trata casi toda la novela: el sufrimiento del pobre hombre desde su insignificante accidente hasta su muerte.

Mi opinión es que esta novela trata sobre un tema central: el dolor físico, y de cómo tal cosa puede arruinar la calidad de vida hasta de la persona más prudente. Ivan Ilich, acostumbrado a la buena vida, a las diversiones banales y a una posición privilegiada en un imperio despótico (Rusia), un día se da cuenta que la vida es demasiado frágil. Y esta es, quizá, la enseñanza más importante de esta novela: la fragilidad de la vida. Su dolor se incrementa, los médicos no identifican con claridad de qué se trata, las medicinas no dan resultados. El pobre hombre cae en cama luego de mucho luchar por continuar su vida como si nada estuviera pasándole. En medio de su dolor y padecimiento comienza a darse cuenta de la naturaleza del mundo que le rodea, de la hipocresía y disimulo constante. Al tiempo Ivan Ilich se da cuenta que nadie lo quiere con sinceridad; que todas esas demostraciones de afecto son, íntimamente, demostraciones de descontento. Su esposa es la mayor expresión de esto.

Una vez leí de Hanna Arendt que el dolor físico es una de las experiencia subjetiva más intensas de la condición humana. Los demás pueden verte sufrir, pero les es imposible sentir y comprender del todo el sufrimiento ajeno. Como mucho podemos sentir compasión, pero nunca identificarnos del todo con la condición concreta del que está sufriendo. El dolor físico es la experiencia de vida que más nos aisla, porque es algo que no podemos compartir en plenitud. El que siente dolor físico no puede pensar en los demás, no puede asumir responsabilidades, porque lo aliena por completo de su ambiente y lo vuelca por completo a su interior, a la sensación desagradable del dolor. De esto se trata esta novela, del padecimiento de un hombre común que por azares del destino, se ve obligado a padecer, y por ningún motivo aparente. Iván Ilich reflexiona sobre su vida, sobre su familia, sobre su pasado, sobre su niñez. Comienza a preguntarse si de hecho ha vivido una buena vida; comprende que se va a morir. El único con el que se siente a gusto, que parece comprender su dolor de manera honesta y sin hipocresía, uno de sus criados que servilmente trata de solucionar el dolor presente de su patrón.

Buena novela, conclusión interesante, todo de la magistral pluma de León Tolstói.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Lo público y lo privado: el error del liberalismo

Leer von Hayek es una cosa que me confunde extrañamente. No porque el autor sea complejo o utilice un lenguaje oscuro. Nada más lejano de la verdad. En esto los liberales sí son consistentes, y debemos admitirlo; escriben con claridad. Pero mi confusión parte de un deficiencia personal: estoy demasiado acostumbrado a las lecturas abstractas y a temas ontológicos, motivo por el cual me gustan los autores alemanes. Por el contrario los liberales, y particularmente los ingleses, escriben sobre temas prácticos y materiales; por ello el tema que más profundamente han desarrollado es la economía. Y a esto viene mi comentario: a la economía.

El austríaco von Hayek, uno de los padres del actual neoliberalismo, en su libro Camino de Servidumbre, plantea unos criterios bien interesantes y relevantes que no se pueden ignorar. En este sentido, el libro de von Hayek es un recordatorio importante sobre nociones que debemos tomar en cuenta a la hora de actuar en política y evitar convertirnos en agentes del totalitarismo. Y esto es fundamental, en vista de que el totalitarismo ha sido una de las experiencias más trágicas que la civilización Occidental moderna ha dejado para el recuerdo histórico. ¿Cómo llegamos a él? Es una pregunta que muchos han tratado de responder, y que creo que la escuela que no ha logrado entender el problema del todo ha sido el liberalismo. Si bien lo ha combatido ferozmente, no ha sabido comprenderlo (cuando digo liberalismo, realmente me refiero a la corriente utilitarista del liberalismo).

Volviendo a por qué me resulta confusa la lectura de von Hayek. En principio estoy de acuerdo con muchos de sus planteamientos prácticos que se resumen en la premisa de desconfiar de la planificación económica y social, prefiriendo la más modesta solución del libre mercado. Pero el problema no yace aquí, y esto es lo que me hace difícil la lectura de von Hayek y muchos autores liberales herederos de su pensamiento, como Bobbio. El problema, amigos, es que buena parte de los debates ideológicos de la modernidad posterior a la Revolución francesa están en principio errados. Se sitúan en un ring equivocado. Y quien inició este combate en territorio errado fue, precisamente, el utilitarismo inglés, cuyo primer exponente es Adam Smith. Todo comienza con un prejuicio que este filósofo de la economía sembró en la mentalidad Occidental, y desde entonces ha sido tan omnipresente, que los propios autores pierden noción de su existencia, tanto liberales como socialistas. Es la idea de que lo valioso en la vida está en las actividades productivas materiales, y cualquier otra forma de actividad humana es espuria o sin valor. Es decir, que la vida valorada está en la economía y la política es secundaria o sin importancia. Señores, en esta idea se ha fundamentado gran parte del debate entre liberalismo y socialismo, motivo por el cual ambos bandos están equivocados. Marx es, quizá, el hombre que ha llevado esta idea de Adam Smith a sus últimas consecuencias. Es creer que la economía es el campo donde el ser humano encuentra virtuosismo y la política es sólo retórica. Este error, aparentemente minúsculo, es, en mi opinión, el inicio de un debate desviado o parcializado que desemboca, como inevitable, en el totalitarismo.

Desde Adams Smith hasta nuestros días (o más puntualmente hasta la caída de la Unión Soviética), se le ha dado tanta importancia al ámbito económico de la condición humana, que los valores indispensables del ámbito político-social han sido ignorados, con consecuencias nefastas. El error primordial del debate ideológico posterior a Smith consiste en ignorar por completo, como si no existiera, el espacio público, cuya actividad es la política. Se creyó que tal cosa era indigna, y debía ser reducida a su mínima expresión (el Estado mínimo), y dar cabida a la libertad sólo a través del mercado, y de la actividad económica. Ahora, tal idea es engañosa, además de errada. Si leemos a los antiguos, especialmente a Aristóteles, vamos a descubrir que para ellos la diferencia entre vida pública y vida privada es clara e indiscutible. Claro que, dentro de esta cultura, la vida pública era mucho más respetable, y por ende, más merecedora de la reflexión; pero la vida privada no era negada ni ignorada (no olvidemos a los estóicos). A partir del siglo XVIII, en Occidente la vida pública es relegada y apartada de la reflexión. Todo se concentra, entonces, en la economía que pertenece a la vida privada. El problema está que, por más que la vida pública sea ignorada, esta no deja de existir, y continúa, inevitablemente, ejerciendo una influencia determinante en el acontecer histórico.

Marx, discípulo tanto de Hegel como de Smith, también busca la manera de destruir la política, no entendiéndola como el espacio público sino como el ámbito de la dominación y el sometimiento, y en su lugar entroniza a la economía como ámbito de la verdadera libertad humana. Aquí se da el primer paso importante hacia el totalitarismo, que consiste en hacer de lo estrictamente privado, lo público en sí. Mientras que Smith buscaba relegar lo público y elevar lo privado, Marx hace público todo lo privado, destruyendo lo verdaderamente público y desnaturalizando lo privado. ¿Por qué sucede esto? Básicamente porque, al despreciar lo público y la política, nos quedamos solos con la economía, y el debate gira en torno a la economía, y se convierte la economía en el objeto de la política; es decir, se convierte lo privado en objeto del poder político que no ha dejado de existir. Von Hayek también ignora todo esto, no precisamente por ser liberal, no por oponerse al socialismo, sino por creer que la condición humana se reduce al espacio privado y a la economía, ignorando la importancia fundamental del espacio público en nuestras vidas. La reacción natural de aquellos que sienten que pierden el valor de lo público, gracias a una noción interna, casi oscura del espíritu humano, que te indica que no todo es privado, que existe un universo de cosas en común con tus conciudadanos, es hacer pública a la economía. ¿Por qué? Porque lo verdaderamente político es ignorado por completo. Entonces, lo que debe ser público (lo que permite la verdadera libertad), no es tratado, es ignorado, apartado, dejado de lado por la política; en su lugar la política entra a debatir, regular y actuar sobre lo privado (sin lo cual la libertad tampoco puede existir): la economía.

Lo que me confunde de la lectura de von Hayek es que, si bien estoy de acuerdo con mucho de lo que defiende y contra aquello que critica y sobre lo que advierte, no lo termino de entender del todo, porque en ninguna parte existe en su discurso una consideración por lo verdaderamente político, que es el ámbito público de la condición humana. Entonces, cometiendo el mismo error de los socialistas, debate sólo en el ámbito económico cosas pertenecientes al ámbito político. Es por ello que el liberalismo nunca triunfa, nunca tiene consenso, siempre tiene oponentes mortales. Porque se construye sobre bases débiles, sobre una interpretación demasiado parcializada de la condición humana. Y mientras su oponente, el socialismo, insista en permanecer en el mismo error, serán los dos la tesis y la antítesis de la horrible síntesis que es el totalitarismo. Hay que rescatar lo público. No en lo práctico, porque en lo práctico lo público no ha dejado de existir. Hay que rescatarlo a nivel ideológico, a nivel epistémico: en la academia y en la ciencia. La primera persona que dio este paso fundamental fue Hanna Arendt, grandiosa por lo innovadora. Desde entonces, lo que hoy se llama republicanismo es el rescate intelectual de lo público a la política y devolver lo privado a la economía.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Reflexiones sobre el destino


Hoy en día, y desde hace más o menos dos siglos, se ha puesto en duda que se pueda ser bueno y/o virtuoso. Al menos desde los escritos escandalosos del Marqués de Sade hasta ahora. La cúspide de este pensamiento es Nietzsche, sin olvidar que Marx y el hegelianismo de izquierda entra en este lote. El resultado inevitable es el nihilismo. El problema no es que personas en su individualidad asuman la vida atea y sus consecuencias nihilistas. La fe y la moral son, de lo que he podido reflexionar, manifestaciones del espíritu humano que se desencadenan en la misteriosa oscuridad del individuo. De allí que desde sus inicios el pensamiento liberal haya abogado por la libertad religiosa y moral. Al principio estas posturas no se llevaron a sus máximas consecuencias (el primero que ozó ver hasta donde se podía llegar fue el Marqués de Sade), ni en el siglo XVIII ni a principios del XIX. Pero son los hermanos materialismo-anarquismo-socialismo los que van a preparar el camino al nefasto nihilismo. Esto no lo contemplaron los primeros liberales como Tocqueville, quienes, en la defensa a ultranza de lo que entendían por derechos individuales, no comprendieron que desembocaban, en ultima instancia, en la autodestrucción nihilista. Este problema va a ser abordado con total seriedad por el talentosísimo intelectual francés, muerto hace ya 50 años, Albert Camus. El problema es el siguiente ¿Existe una respuesta al nihilismo que no sea nihilista?

Mi preocupación se resume en las consecuencias de una sociedad nihilista. En una sociedad que abandona la idea de Dios, de la moral religiosa y de la bondad cristiana. Repito nuevamente, es a cada quien escoger entre estos temas; de eso no hay duda. El problema es cuando la sociedad en su conjunto rechaza sus orígenes y abraza al nihilismo. Se entiende que en un tiempo esa moral cristiana haya sido justificación para una estructura de opresión cruel e insensible durante el Antiguo Régimen y el predominio de la Iglesia Católica. Pero no confundamos las cosas. Una cosa es la corruptibilidad de los hombres y sus instituciones, y otra son los principios axiológicos de una religión milenaria. Abrazar la verdad de Cristo no implica aceptar la degeneración de ciertos gremios sacerdotales y sus ya exterminados aliados absolutistas. No se trata de defender a la Iglesia; se trata de defender a Cristo en la cruz, la imagen más potente de la historia.

¿Por qué le temo al nihilismo? No porque los nihilistas sean necesariamente personas malvadas. De hecho tengo amigos nihilistas que son personas maravillosas. Hablo de una sociedad nihilista, una sociedad sin Dios, que abandona la bondad, y se pierde en las impresiones ambientales y emocionales. Es el tema de los grandes personajes de Dostoievski; es Iván Karamázov comprendiendo que "si Dios no existe, todo está permitido". Es también la conclusión de Kirilov de que "si Dios no existe, yo soy Dios". La delicada consecuencia de estas reflexiones no es la libertad del individuo del yugo de un Dios castrador; es que, en vista de que no respondo ante ninguna verdad trascendente, tengo licencia para hacer lo que sea, sin límites, sin necesidad de remordimiento. En mi opinión, el fenómeno más monumental del nihilismo es el nacional socialismo con sus fábricas de cadáveres. Lo importante en este caso no es saber si Dios existe o no, si Jesús de Nazaret es el mesías o no (esas son cosas que no se pueden conocer con la razón); es si la sociedad en la que vivimos, en su conjunto, rechaza estas creencias, rechaza la fe y la bondad.

El nacional socialismo no es único, ni el primero. La ceremonia de ejecución pública en la Revolución francesa; las decenas de cabezas cortadas en nombre de un ideal de virtud que nadie, fuera de un pequeño grupo (Robespierre y Saint-Just), creía con verdadera convicción. "¡El Rey ha muerto! ¡Viva la República!" No es así de fácil. La consecuencia: violencia desatada. Sudamérica no se salva. Depuesto el rey (Fernando VII), la devastación y el caos subsiguiente significó más de una década de guerra y masacres, y un siglo de caudillismo salvaje. La Guerra Civil Española y sus miles de inocentes ajusticiados de bando y bando de las maneras más absurdas. La muerte del zar de Rusia: décadas de totalitarismo inhumano, la muerte de millones. El problema de la deposición de nuestras monarquías no es sencillo. La idea de Dios estaba íntimamente vinculada con la idea del rey. Muerto el rey, muerto Dios (aunque los contemporáneos no lo notaran de inmediato). Es el fenómeno de la muerte de Dios el que desencadena el caos y la violencia. Matar al rey no significa necesariamente matar a Dios en tu corazón, pero significa desterrarlo de la sociedad. No se me mal interprete, hablo de la sociedad absolutista y su idea de Dios que heredó Europa y que fue repentinamente aniquilada en el transcurso entre los siglo XVIII y XIX. El nihilismo todavía era pequeño, pero lo suficientemente próspero para cobrar la vida de varios miles. No es sino hasta el siglo XX cuando el nihilismo demuestra sus consecuencias de manera horripilante, pues, fue cuando se comprendieron las consecuencias de que la revolución política implicaba una revolución espiritual sangrienta. El costo de la libertad europea ha sido la muerte de Dios. Por un lado la violencia de los que se rebelaron, y por otro lado la reacción natural de los que quicieron sostener lo existente. Ambos bandos han sido sujetos de violencia desmedida (liberales ateos y conservadores reaccionarios).

¿Qué queda para el futuro? El socialismo y todos los demás herederos del hegelianismo intentaron sustituir a Dios con el porvenir, con la historia, con una idea del progreso. Ese sueño se desvaneció y en el siglo XXI es pobremente defendido. ¿Qué le queda a la sociedad occidental, entonces? Está más claro que el crecimiento económico no responde las preguntas verdaderamente importantes del espíritu humano. ¿Será posible reconstruir una idea de esperanza para nuestra sociedad? Yo estoy buscado en el cristianismo la salvación de la que el mundo parece haberme privado. Pero yo soy sólo un pequeño mortal; no puedo evitar reflexionar sobre el destino de nuestra sociedad. Ya hemos visto lo que el nihilismo pudo causar en la industrializada Europa. Ya conocemos sus devastadoras consecuencias. ¿Nos podremos imaginar lo que el nihilismo va a significar en un país como los Estados Unidos? Ellos todavía permanecen inmunes, pero año tras año son diezmados como lo fue Europa durante todo el siglo XIX. ¿Qué consecuencias traerá para la humanidad que el nihilismo posea el espíritu del país más poderoso de la historia? ¿Las fábricas de cadáveres quedaran tontas al lado de lo que podría venir? ¿O todavía podemos creer que la esperanza se puede recuperar? Opino que de esto se va a trata el problema espiritual e intelectual de mi generación, todavía demasiado joven.

lunes, 8 de marzo de 2010

La ganadora de anoche

Como es natural, es hora de hablar un poco de los premios Oscar. El evento como tal siempre me ha parecido aburrido. Todos los años es idénticos al anterior; lo único que cambia son las películas (en eso se parece al Miss Universo). Incluso hasta los chistes, que sólo los hollywoodófilos lograrían entender, parecen reciclados una y otra vez. En general el evento me parece una gran banalidad, lo cual no es necesariamente malo, pero no soy aficionado a este tipo de eventos.

Anoche ganó la película que yo tenía como favorita: The Hurt Locker. No tanto por la ironía de que el gran premio se lo haya ganado Kathryn Bigelow, la exesposa de James Cameron, el cual se quedó, junto a su maravillosa película Avatar, con los crespos hechos. Cameron es un gran artista; de eso no hay duda. Y aunque Avatar ha marcado un hito en el cine desde el momento en que fue estrenada y reventó la taquilla como nunca se había visto antes, hay que concederle su mérito a la original película de Kathryn. The Hurt Locke es un homenaje al heroísmo de los soldados estadounidenses, no un elogio a la controversial política exterior de una administración ya culminada. Y es en esto donde reside su importancia. El premio que anoche le fue concedido a esta película (hablo en singular porque es el conjunto de premios el que conforma la unidad de la película más premiada por la Academia) eleva este homenaje a una condición privilegiada; y redime, al menos un poco, al izquierdismo de Hollywood, que en su momento fue injustamente mezquino con el esfuerzo de aquellos ciudadanos estadounidenses que ponían su vida en peligro para defender la causa de la libertad americana. Hay quienes dicen que esto es la típica hipocrecía gringa. Puede ser cierto. Pero no soy quien para emitir un juicio sobre la hipocrecía de nadie (no hay nada más hipócrita que tildar a alguien de hipócrita).

En definitiva, considero que Avatar tiene una importancia histórica incalculable en el presente, pero la necesidad coyuntural de conmemorar el esfuerzo y sufrimiento de unos soldado que, siendo abandonados por el gigantesco lobby mediático de la izquierda estadounidense, han obtenido de parte de la cúspide de este lobby un honorable reconocimiento a través de esta grandiosa película The Hurt Locker. No sólo es una producción magnífica, pues, también integra un contenido intimista y muy profundo de la dura experiencia de la guerra y de lo que implica el servicio a la república. La libertad no es gratuita; nunca lo ha sido. Por eso hay pueblos que prefieren hipotecarla al que ofrezca a cambio seguridad y tranquilidad. Pero las grandes repúblicas se hacen es con libertad, y aceptan con orgullo pagar el precio que ella exige: de esto se trata The Hurt Locker.

lunes, 1 de marzo de 2010

Lovecraft genio del horror


Ya tres amigos muy queridos me han señalado que les resultaba extraña mi fascinación por la literatura de H. P. Lovecraft. Una de ellas, pues, argumentaba que, en vista de mi gusto por los temas filosóficos y políticos, igual como mi gusto por la literatura clásica, no imaginaba que podía gustarme la literatura de género, mucho menos el terror y la ciencia ficción. Otro de ellos expresó su grata sorpresa, ya que mi lectura de Lovecraft es, sin duda, un campo novedoso y creativo en una mente tan interesada por los problemas terrenales como lo es la mía. Y el tercero de ellos, artista de mucho talento y aficionado a los juegos de video, me dijo que no hubiera esperado que un autor tan raro como Lovecraft podría llamarme siquiera la atención. Sin embargo sus cuentos de terror y sus mitos fantásticos, tanto como sus criaturas monstruosas, me atraparon desde el primer momento que agarré un libro del autor de Providence, Rhode Island. La persona que me lo presentó fue un profesor de matemática desquiciado que tuve hace años en bachillerato, y desde entonces siempre quise hacerme con más libros de este misterioso autor.

En efecto, empezando el año descubrí una colección muy completa de historias de Lovecraft en muchas librerías de Caracas. Desde entonces los he ido cazando y comprando, leyendo e incluso dibujando a medida que avanzo en lo que hoy se conoce como el Mito de Cthulhu. Este autor no es muy conocido por los que se encuentran fuera de este género. Pero es, sin duda, un maestro del horror. Su estilo literario y sus historias se concentran en una noción muy sencilla, pero que bien manejada puede crispar a cualquier lector interesado: ficción rara lo llamaba él mismo, y se trata de plantear situaciones y criaturas en un lenguaje que desafíe las reglas más básicas y convencionales de nuestro entendimiento sobre el universo. El resultado, una mezcla de confusión tétrica y un aura de suspenso frente a fenómenos difíciles de comprender por su rareza y aparente sin sentido.

La Sombra más allá del Tiempo, una novela corta pero espeluznante, donde un personaje normal, profesor universitario de economía, un día cae desmallado en el aula, despertando en él una presencia desconocida que toma control de su cuerpo, para luego retomar de nuevo el control y descubrir que su alter ego estuvo experimentando con ocultismo y sectas paganas. En el ínterin, pesadillas espantosas y recuerdos indescriptibles lo hacen undirse en un estado de completa angustia. Y es que los personajes de Lovecraft siempre se tambalean en la leve línea que separa la sanidad de la locura. Alucinaciones, temores irracionales, ruidos repugnantes, criaturas incoherentes, son el arsenal de recursos con el que somete al lector a un estado de completa confusión y horror. El Caso de Charles Dexter Ward, un joven que en la búsqueda de sus orígenes familiares se topa con un antepasado de historia confusa y nefasta, vinculado con brujería y maldad, se obsesiona en su investigación hasta caer víctima de la magia negra de su oscuro tatarabuelo ya fallecido. En el ínterin, rituales desagradables, sonidos de ultratumba, y un constante misterio con respecto a las actividades de Charles y de las historias macabras de su antepasado, cubren el ambiente de un misterio fascinante. La llamada de Cthulhu, el cual sería el cuento más famoso de Lovecraft, desentierra la existencia de un culto pagano de antiguedad inmemorial alrededor de un poderoso ser subacuático, escondido desde hace eones en las entrañas de la tierra. Sus seguidores, practicantes de vuduú de la Louisiana estadounidense, tanto como tribus caníbales de otras partes del mundo, llevan a los personajes a un encuentro siniestro con este ser desconocido más allá de la razón. El Horror de Dunwich, relata los espeluznantes acontecimientos que se desenvuelven en una lúgubre población de Nueva Inglaterra, y de una familia maldita que practica una magia negra capaz de invocar seres horrendos que habitan la tierra en un plano inmaterial. La Sombra sobre Innsmouth, es la historia de un desafortunado mochilero que, topándose casualmente con la casi por completo abandonada población de Innsmouth, descubre sin querer una colonia de seres híbridos entre hombre y anfibio que lo asechan y persiguen en una noche de terrible angustia.

Como estas historias, muchas otras que hasta nuestros días han encantado a los más apasionados lectores de la literatura de horror. La creatividad deslumbrante de Lovecraft lo hace uno de los maestros del género. Elementos comunes a gran parte de todas sus historias construyen un universo ficticio que completa con toque realista lo que parece ser un mundo sin sentido. La ciudad de Arkham, la Universidad de Miskatonick, el Necronomicón, todos son elementos recurrentes en sus cuentos y novelas cortas que al vincularlas a todas, nos dan la impresión de vivir en un universo que permanece casi totalmente desconocido para nosotros. Cierro con la frase inicial de La llamada de Cthulhu: "Lo más misericordioso del mundo, creo, es la incapacidad de la mente humana para relacionar todo cuanto éste contiene".