domingo, 25 de enero de 2009

O Fortuna


Debo admitir que siento una gran atracción por la diosa romana Fortuna, hija de Júpiter. En ella estaba depositado el porvenir de todos los grandes hombres y de la ciudad de Roma misma. Muchas veces se le representaba con los ojos vendados, teniendo cierta similitud con nuestra representación de la justicia. Sin duda alguna no estaría del todo alejado de la verdad decir que la suerte es, al final, la ley universalmente más justa de todas, porque esta totalmente fuera de nuestras manos cargadas de prejuicios e intereses egoístas. El culto a Fortuna era muy extendido en Roma, y muchas veces es representada como una diosa caprichosa que podía beneficiar ampliamente al hombre hasta el momento en que le provocara desencadenarle la desgracia total.
Era asociada también con las riquezas materiales, y no sería descabellado decir entonces que nuestra actual palabra fortuna denota precisamente eso: riquezas materiales. Lo cual me pone a pensar que para los romanos el ser rico era un problema de suerte, de si la diosa te concedía la gracia de ganar mucho dinero. En ese caso el ganar dinero sería entonces como apostar, algo parecido a lo que hacen los especuladores en Wall Street. Parece que Fortuna decidió castigarlos un poquito. Es una lástima que sea el principio de nuestros gobiernos el salvar a esas banda de cobardes que viven para hacer dinero. Cretinos.
Volviendo a gente más respetable, los romanos creían que la victoria en las guerras no era sólo concedida por la habilidad de los generales y la valentía de sus soldados, pues la Fortuna jugaba también un papel en evitar catástrofes inesperadas (o causarlas); lo cual no deja de tener algo de verdad pues, quién planificaría una peste repentina, un mal tiempo ambiental, la muerte prematura de un general, un proyectil que mató a quien menos debía, etc. Accidentes pasan y muchas veces no son por culpa de nadie, en cuyo caso sólo podemos atribuir el hecho a una fuerza que trasciende al hombre. Los romanos la llamaban Fortuna.
Además hubo personajes ilustrísimos que rendían un culto orgulloso a la Fortuna, reflejado en sus obras. Polibio, Tito Livio, e incluso el mismo Maquiavelo más de mil quinientos años después. Para el florentino la muerte accidental del padre de César Borgia (El papa Alejando VI), seguido de su prematura muerte en el apogeo de su poder sólo se le puede atribuir a un capricho de la Fortuna como lo llega a expresar no sin cierta frustración en El Príncipe.
Hoy en día tendemos a creer demasiado en que es nuestra voluntad la que todo lo puede. Literatura de autoayuda y creencias fantasiosas como El Secreto, la nueva revolución del ser o la cienciología nos han llenado la cabeza de pura basura. Una tendencia arrogante y estúpida que nos quiere hacer creer que la realidad la creamos desde nuestra mente y que realmente no hay un mundo allá afuera. ¿Quién decide que una bala perdida mate a un transeúnte? ¿O que el Primer Ministro de un país como Israel sufra un derrame cerebral en el momento de mayor esperanza de paz? ¿Y de aquellos que perdieron el vuelo por llegar tarde y esos aviones terminaron estrellándose con las torres gemelas en Nueva York y se salvaron? ¿O los enamorados que se conocen por total casualidad como en la Carmina Burana de Carl Orff? ¡Ni hablar de los que ganan la lotería! Infinitos ejemplos para un fenómeno que se repite diariamente: la suerte. Hay quienes dicen que todo pasa por algo, como por una especie de causalidad que se inició cuando el universo fue creado y todo lo demás es una reacción de esa primera acción. Quizá después de todo, la bomba que mató a Benazir Butto pudo no haberlo hecho, o el hombre que mató a Francisco Fernando en 1914 pudo haber fallado producto de la borrachera que cargaba.

Para conluir con una cita de Polibio: la Fortuna se basta para mezclar lo corriente y lo poco normal, y si echa una mano a alguien y le añade su propio impulso, luego, como si se hubiera arrepentido, lo compensa e, inmediatamente, mancha aquellos éxitos (Historias, XXIX, 22, 2.)

O Fortuna

El resultado final.

McCain acaba de hablar, y con la responsabilidad y valentía de un gran hombre, de un verdadero republicano, acepta la derrota y hace un llamado de congratulación al nuevo presidente. El insiste, por más diferencias que tenga con Obama, ambos son americanos, y esa relación es la más grande e importante que cualquiera de los dos pueda considerar. ¿Quién fue John McCain? Un hombre que ama tanto a su país que escoge las palabras correctas para iniciar un nuevo período en la historia de su nación; aunque haya resultado él ser el perdedor.
¿Por qué no pueden nuestros países ser así? ¿Por qué se impone el deseo egoísta e individualista de gobernar por encima del bienestar del país en América Latina? El discurso de John McCain debe servir como ejemplo para toda persona que se llame a sí misma democrática, y que crea en los principios de la república. En Estados Unidos no se trata de ganar o perder, sino de ofrecer una opción, y aceptar la decisión definitiva del mandato popular, de la voluntad general.
Aquí en nuestros países el perder es motivo para comenzar a conspirar, para tratar de iniciar una revolución o una sedición, para justificar un discurso de desacreditación del ganador. ¿Por qué? Porque el poder es un premio, no un deber. Porque es un privilegio, no una responsabilidad. Aquí no se respeta la decisión de los ciudadanos; aquí a nuestros políticos no les importa de qué lado esté el pueblo, sino como engañarlo para seducirlo y someterlo. Si se pierde, entonces se busca tomar el poder por la fuerza, y si se gana, se busca aplacar al perdedor hasta erradicarlo.
Barack Obama es el nuevo Presidente de los Estados Unidos, y aunque uno pueda diferenciarse de él en tantos temas, por encima de la opinión individual, subjetiva, cargada de prejuicios y de intereses de uno mismo, esta decisión es mandato constitucional. John McCain en su discurso de aceptación expresa claramente esta idea. Esperemos que Obama, a pesar de su inexperiencia, tenga la sabiduría de administrar una victoria que lo acompaña también en el Congreso, y no caiga en la tentación del welfareismo, el populismo o la arrogancia. Esperemos que su inteligencia se traduzca en prudencia en su gestión.
Yo sólo me pregunto, si tenemos tan cerca, aquí mismo en nuestro continente, un ejemplo de seriedad y grandeza, de responsabilidad y sobriedad tan grande en los Estados Unidos: ¿por qué seguimos los latinoamericanos con nuestros complejos de inferioridad tratando de diferenciarnos de aquellos a los que deberíamos tratar de seguir? ¿por qué continuamos demostrando tanta inmadurez en política acompañada de tanto resentimiento por los gringos? ¿será porque ellos si lograron constituir un sistema político admirable y nosotros continuamos debatiéndonos por cuestiones tan fundamentales como la libertad? ¿es que la victoria de los gringos tanto dolor nos causa a nosotros que sólo podemos entonces volcarnos a la crítica ciega, sin juicio y con prejuicios de lo que es un sistema republicano exitoso?
Por supuesto ellos nos echan en cara su victoria y nuestro fracaso, y nosotros respondemos con rebeldía adolescente que nos hunde más en el atraso político en vez de orgullosamente constituir repúblicas respetables.

Nietzsche y el renacer de la sofística.


Con estas palabras creo que invento el agua tibia, pero siento necesario el expresar cierto descontento. El objeto de mi descontento es Federico Nietzsche. Para los que no lo saben, a sus 45 años Nietzsche sufrió un colapso cerebral producto de una neurosífilis y se murió a sus 55. Nunca se casó, no se le conocen hijos, que yo sepa. Pero hubo algo que si dejó: un rastro de destrucción. Y lo que es peor aún, no fue tan original como al menos yo lo pensaba. Todo su gran problema, su gran odio hacia la filosofía moral, o hacia cualquier forma de filosofía como búsqueda del saber y la verdad, ya había sido objeto de debate en la antigüedad. ¡Como si ya todo hubiera sido debatido en la antigüedad!
Leyendo un libro introductorio sobre la filosofía de Platón, el autor (Alexandre Koyre) compara a personajes como Calicles, Protágoras y Trasímaco con Nietzsche. Para los que no lo saben, estos tres personajes desempeñan cada uno un papel en algún diálogo de Platón (El primero en el Gorgias, el segundo en el Protágoras y el tercero en el libro uno de la República). Protágoras dice que "el hombre es la medida de todas las cosas" (relativismo total), Calicles insulta de hipócrita toda filosofía moral (contradicción entre lo que se dice ser y como realmente se es) y Trasímaco defiende un concepto de justicia como aquél que legitima la dominación arbitraria de los hombres fuertes por encima de los débiles (nihilismo que desemboca en inmoralismo cínico y egoísmo absoluto). Este último va incluso a afirmar que toda noción de justicia como equidad o de bien como altruismo es sencillamente un discurso organizado por los débiles para someter a los fuertes. ¡¿Qué tal?!
Para los que creíamos que Nietzsche era un tipo genialmente novedoso, se nos cae por completo esa admiración al darnos cuenta de que Federico parece ser sencillamente el renacimiento de la sofística en los tiempos modernos. La sofística que debilitó y enterró a la civilización helénica ante el despotismo macedónico y romano (no la doctrina de Sócrates como afirma Nietzsche; doctrina que buscaba refundar la civilización sobre bases más sólidas, en mi modesta opinión).
Lo que más me molesta es que ya Sócrates, Platón y Aristóteles le habían dado el golpe de gracia a la sofística, la habían enterrado definitivamente junto a todas sus contradicciones e inconsistencias. La sofística, lo que parece ser una doctrina que promueve el egoísmo, el poder, la arrogancia y cuya arma fundamental es la retórica (es decir, el uso de la palabra para establecer juicios falaces pero aparentemente reales; el disfrazar a la mentira de verdad). Señores, ¿qué es lo que hace Federico Nietzsche? ¿No utiliza una retórica fenomenal, verdaderamente brillante para promover un ideal de egoísmo absoluto y recalcitrante, la justificación de un esquema de dominación arbitrario y la soberbia más cínica? Parece que todo el gigantesco esfuerzo hecho por Sócrates, Platón y Aristóteles (y si es por eso el de Tomás de Aquino, Spinoza o Kant) se ha ido viniendo abajo, y hace falta recomenzar nuevamente porque Nietzsche decidió revivir un muerto de más de dos mil años: la sofística y su relativismo. E igual que en Grecia, donde la sofística dinamitó las bases de su civilización, parece que hoy en día el relativismo moral más irracional, ya no en boca de aquellos nihilistas del siglo XIX, sino en los libertarios posmoderno del hoy, hace lo mismo con la nuestra.
Nuestros tiempos son los tiempos donde la razón práctica parece haber muerto, y en su lugar se impone la hegemonía de la opinión personal (del egoísmo), la doxa, a donde quiera que se busque.

Una máxima ética.

El equilibrio trae paz, y si se sabe aprovechar se puede ser felíz sin mucho esfuerzo y sin exigir demasiado. Todo lo que abunde en exceso redunda en dolor o en aburrimiento.

De la muerte del cuerpo político.

La muerte "esa es la pendiente natural e inevitable de los gobiernos mejor constituidos. Si Esparta y Roma han perecido, ¿qué Estado puede tener la esperanza de durar para siempre? Si queremos formar una institución duradera, no pensemos en hacerla eterna."

Death "that it is the natural and inevitable slope of the better constituted governments. If Sparta and Rome had perished, ¿which State can have hopes to last forever? If we want to form a lasting institution, let's not think in doing it eternal."

La mort "telle est la pente naturelle et inévitable des Gouvernements les mieux constitués. Si Sparte et Rome ont péri, ¿quel Etat peut avoir de l 'espoir de durer pour toujours? Si nous voulons former un établissement durable, ne songeons donc point à le rendre éternel."

J.J. Rousseau.

Isn't this a terrific statement?